Oasis sueco

El pequeño pueblo de 900 habitantes y tres iglesias en donde hago vida amanece estos dí­as lleno de escarcha. El zacate luce las quemaduras de las ondas gélidas que invaden la madrugada y el cielo estrellado presume su vestido estelar sin ni una nube a la vista. Así­ es por acá, despejado por la noche y nublado por el dí­a. Es muy tranquilo este paisaje que pinto y la verdad es que es un oasis vivir aquí­. Noviembre está calmado.

Salgo al frí­o a recoger mi periódico local y leo los principales titulares. La gran noticia de este dí­a es que la cocaí­na está por llegar al pueblo. Y me pregunto, ¿hubo algún dí­a en la historia de Tijuana así­? ¿Hubo un dí­a un temor similar en donde las drogas escandalizaban a la población como el escándalo que se vierte en las páginas principales de mi periódico local y quienes intentan realzar la problemática entre la población?

P.S. 23 de Noviembre del 2008:

1La narrativa polí­tica de mi ciudad natal cada dí­a se ve violentamente arrinconada a una distopí­a en donde a fuerzas nos quieren hacer creer que ”no pasa nada”.

Confieso que este tipo de titulares me dan una risa interna. Y es que me asombra la ingenuidad que aún existe en el mundo o en este caso el pueblo sueco en donde hago vida. El crimen los espanta de tal manera que ni siquiera caen en cuenta que así­ quisieran tener la vida muchos otros pueblos del mundo. Qué no darí­an por un dí­a como este allá en Juárez, Chihuahua. Lo que aquí­ ocurre es mero vandalismo comparado con los problemas que confrontan ciudades fronterizas como Tijuana o Reynosa. Aquí­ les causa un escándalo de proporciones titanacas que uno que otro escuincle le de por tatemarse unas choritas o hachí­s. Ya vieran las organizadotas que se dan ante el peligro eminente.

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De por cierto me doy cuenta de una especie de anonimato que está surgiendo en este tipo de pueblos que durante años viví­an aislados de las grandes ciudades. Una de esas cualidades de mi vida citadina que adquirí­ allá por Califaztlán era esa especie de anonimato que uno podí­a disfrutar. Aquí­ les da risa cuando les digo que viví­a en un pueblo chico allá en México, mi pueblo, les digo, tiene solamente dos millones de habitantes. Las sonrisas no se hacen esperar.

Y no exagero, por este humilde blog andaba un lector buscando materia sobre los salorios que existen en el centro de la ciudad de Tijuana. Los salorios eran/son una especie de cuadros de cemento en las banquetas principales de Tijuana que contení­an/tienen una especie de texto cuya palabra principal era/es Salorio. Para los que crecimos en el centro pisar esos cuadros en las banquetas era un rudo despertar que no dejaba a la libre imaginación espacio para desarrollarse a gusto. Lo que solí­a pasar era que si ibas en compañí­a de amigos pisar los salorios era dar licencia de una buena rienda de patadas en las pompis o el culo para ser más grosero. Y no habí­a chance de quitarse de encima la lluvia de patines que le propinaban a uno hasta decir, tengo entedido por el lector en cuestión, vacaciones. Así­ que caminar las calles del centro para uno era andar bien despierto, no habí­a que dejar el day dreaming hacer de las suyas en uno. Lo curioso de este lector, para no desviarme más del tema, es que resultamos ser medianamente conocidos, tenemos puntos de referencia en común, por así­ decirlo. Por ende que en Tijuana, hasta no hace mucho, se nos acusaba de ser un pueblo bicicletero. Mas aún así­ habí­a campo para el anonimato, no todo mundo te conocí­a si te salí­as de tu rancho, por ejemplo.

Ahora, al salir al trabajo, me percato que todos los viajeros del autobus guardan una especie de anonimato nuevo. Y es que sé que la mayorí­a de los viajeros son usuarios de internet y tienen sus páginas donde guardan sus cositas como yo guardo las mias aquí­ y nadie del bus, o del pueblo, sabe que tengo esta página, por lo menos creo eso. Amén de que sé que no haiga demasiados que sepan español, aunque Google está haciendo maravillas con su programa de traducción gratis por estos dí­as y no son exacmente lelitos que digamos.

Esta especie de anonimato es a la inversa de la que se vivirí­a en las grandes ciudades, la diferencia es que aquí­ sí­ se conocen todos a todos y la red les brinda ese ansiado anonimato que los de grandes ciudades pueden gozar dí­a a dí­a.
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1Observaciones de Esquina Tijuana delatan la farsa que el poder polí­tico emplea no ya para consumo local sino para taparle el ojo al macho y es meramente para consumo internacional.

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