Confieso mantener un diario. Aparte de escribir en sueco, inglés y español escribo en una libreta que de vez en cuando recibe la tinta del penar mio.
Confieso a la misma vez que no me gusta mirar esos libros mal llamados diarios porque de diario tienen lo que yo tengo de Dario, zilch. Y es que volver al mal llamado diario es como si narciso volviera voluntariamente al pozo tras al ver descubierto su narcismo. Cosa que no hace, para los despistados. La leyenda de narciso se trata de obsesión no de voluntades.
Es un acto narciso que induce a una valoración propia que se podría reducir a una orgía del Yo personal: una masturbación personal de lo grande que uno es.
Acá en Suecia no hay campo para el Yo. Aborrecen el Yo de manera singular y perdonen la singularidad porque eso es ironía.
En Suecia no hay campo para el Yo. Es mucho el egoísmo. Suecia aborrece verse la misma grandeza que posee como Narciso aborreció a sus amantes.
No es apología sino simplemente una narración del porqué no decidí tomar el viejo tomo que me llamo para llevármelo a la mano. Me produjo la sensación de querer que le escribiere y heme aquí, aquí entre ustedes, rehuyendo la vieja, digo, la vieja obligación de antaño que clama el falo viejo que la pluma sienta en mi.