Marí­a

A Marí­a le gusta jugar el juego de la pre-determinación.

Marí­a es amiga de Erika, aquella que muriese aquel Noviembre. La conocí­, como todo buen tijuanense conoce a los demás: dentro del contexto de la sintáctica del pretérito, el imperfecto.

Me hace reí­r, pues ensaya sus lí­neas conmigo, sus novios ni saben que todo está ya predestinado. Cada regla del juego bien estudiada. Sus reacciones anticipadas. Confida en mi como un hispanoparlante sólo puede hacerlo en tierra de indios: como si soltar la lengua de Cervantes fuese una impropiedad.

Para ella soy un juguete más. De repente me sorprende: ha practicado con algún otro, las voces que me lanza si tan solo para ver mi reacción.

Ante esto, no queda más que mirarle, pero nunca he caido en su juego, no sigo las reglas y soy un eterno aburrimiento que sólo un daiquirí­ logra hacernos empezar de nuevo, aunque eso es si tan solo la excusa para ponernos briagos. Nunca le he hecho el amor a pesar de que he tenido amplias oportunidades, a las amigas de mis amigas nunca he podido tocarles fí­sicamente, muy rara vez ha ocurrido y ella está en cloud nine, y sus tenis en un cable del viejo barrio de los King Kobras allá por la Zona Norte de Tijuana.

Este juego que tiene cierta importancia en la vida de Marí­a no empezó a interesarme hasta que X se obsesionó de Marí­a y tuve que entrar al rescate. Con Marí­a nunca se sabe si eso fue en realidad lo que pasó así­ que me tuve que vestirme de civil para dar la impresión de un Gigolo de Italia, válgame, no que tuviese la apariencia de un siciliano matón pero como Marí­a hizo las cuentas matemáticas de que la estatura entre el obsesionado y yo era de más de 10cm pues la ilusión hizo su trabajo y Marí­a proporcionó las lí­neas del teatro en el que de repente me vi involucrado.

No sé a ciencia cierta por qué me presto a tales escenas teatrales de los lí­os de amor de Marí­a, quizá el voyeour en mí­ deriva placer de ver las reacciones anticipadas de los participantes del drama que se desarrolla delante de mí­. Y es que tengo por hábito relegar ese tipo de nimiedades a su verdadero destino, a la insignificancia. No me conmueve para nada el ver la reacción de resignación en los demás y Marí­a tení­a por hábito escoger seres para sus juegos que se resignaban en cuestión de un acto de menos de media hora o menos, de hecho, unos se largaban sin esperar respuesta y esos me interesaban como un barrunto de repente hace acto de presencia y se va como se vino, de la nada, sin embargo, nunca los persigo.

En eso Marí­a y yo tenemos algo en común: no nos complicamos mucho la vida.

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