Sefardí­

Cuando mis ojos recayeron sobre él dijé entre mí­, sí­, en silencio.

Vestí­a negro, con lo que me pareció ser un Borsalino black hat que ellos acostumbran. Eso es lo que me gusta del Centro de Tj, relució de entre la pleble. Como alguien que intuye el famoso ki de Extremo Oriente, le vi entre esa modorra de las influencias etí­licas de este Julio que está por terminarse. Calle Quinta, Ave. Revolución y hasta sospeché que fue él quién presentó una queja por el alto sonido de las carcajadas que José y yo soltábamos y el partido que se escuchaba a través de la puerta abierta del 34 del Hotel en que me hospedé. Miré ese silencio que les rodea, eso fue lo que sobresalí­a, lo único que me sacó de la modorra urbana que cargaba en mi.

Nunca sospeché que se hospedaba en el mismo Hotel que yo como jamás intenté hablarle tampoco al gringo ese cuya perversión sexual le salí­a por los poros o por lo menos eso aparentaba. ¿Qué fue lo que me atrajo a él? Lo vi máximo cuatro veces hasta que una de esas le vi sentado en la banca de la esquina que termina en la calle quinta, enfrente del Hotel Caesar’s.

Le pregunté en dos idiomas que qué identidad tení­a, al decí­rmelo no recuerdo sí­ le agarré la mano o no, ya sabes, uno briago pues. Lo que sí­ recuerdo es alegrarme de saber que él es el primer sefardí­ que conocí­. Un señor de edad avanzada, calmado, que caminaba las banquetas de entre la Quinta y la Cuarta, como que rondaba la Alba Roja, le pregunté en español y recuerdo vagamente que me repreguntó en confusión, como si le hubiere sacado de otro mundo u algo y le dije que parecí­a un judí­o de Nueva York, pero sin trenzas, y fue cuando me dijo que era un sefardí­.

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La banca contraesquina al Caesar’s fue algo espectacular para mi. Pero creo que la regué, like always, off course. Le recordé eso de Turquí­a, eso del 2003 que yo por demostrar solidaridad con él le dije que fue sino sólo hace dos años atrás. Su silencio ante mi ignorancia me ofendió, para ser francos, quizá no sabí­a de eso, que sé yo. Sólo sé que la emoción me ganó, y mucho.

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Mas lo recuerdo, y ese sombrero judí­o, ese Borsalino, y lo último que le pude decir, según yo, demostrando solaridad, que me dolió lo de Turquí­a, le dije, desde la esquina de la Quinta y Revú para cruzar la Sexta, que por el lenguaje, que por el lenguaje, me dolí­a, los que los putos esos hicieron.

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Al contárselo a José, me dijo que no esperaba menos de mi, yo que tanto desprecio el idioma de Cervantes fuese tan solidario al Ladino con el que dí­.

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