ethilic noises

Todos los hoteles eran los mismos. Algunos habituaba por dulzura, otros por amarguras y otros o casi todos por el residuo de los gemidos de toda í­ndole. Las paredes le hablaban. En la madrugada sueños de Sinaloa le vení­an a la memoria como una fogata que daba calor, seguridad y un anhelo que suprimí­a con cada dí­a que las limpiadoras del hotel cambiaban las sabanas llenas de recuerdos que repuntaban a un horizonte positivo, todo este cuento del visitante. La camisa blanca era la que le causaba molestias porque malos recuerdos y el olor de tabaco impregnaban impresiones de 24 horas máximo, era de lavarla con Ajax esa camisa. Yo le sonreí­ una vez pero como no soy de esos que le da por ser parlanchí­n pues la sonrisa quedo en medio de una bocanada de humo de un cliente que tení­a más fuerzas para resistir la embriaguez que yo. Tení­a, al soltar la imagen de alegrí­a, los hombros encogidos ya para entonces. Mas el silencio trae sus propias historias y de seguro esta es una de esas. Sumergido en mis pensamientos pensaba que podrí­a haber algo en todo eso. Las carcajadas en el fondo, la música de rutina cotidiana, se perdieron pero daba señas de sí­ entre pausas de pensamiento, para descansar el eterno diálogo.

Me gustaba la entonadita que le escuchaba de relargo, y ese desden de rechazo a mi presencia que no rebasaba la cortesí­a de atender al cliente. Escogí­a con quién hablar mientras yo agonizaba la negrura del callado que brillaba en mi aura de borracho. En la conversación sólo alcancé a escucharla de paso porque me sorprendió el interés repentino por la vida de otras personas y un cacho de ese momento ajeno terminó en mi cabeza. Por alguna razón de briaguez sólo recuerdo que causó en mi una buena risa interior, las morras cabuleaban con los clientes. Sólo descuidé la lí­nea de la historia porque sentí­a unos ojos clavados en mi, de seguro seré un personaje raro para alguien, aparte de mí­ habrá que encontrarí­an mi personalidad algo estrafalaria por el silencio que guardo. Ya después regresé al mundo del mudo que habitúo por estos dí­as y le observaba con discreción etí­lica. Morenita, de buen porte y algo en su cara indicaba que tiene mucha pasión dentro. Podí­a ver la profundidad de algo fuerte y poderoso en sus gestos faciales. Habí­a determinación.

Las emociones no las demuestro mucho por igual, tiendo a ser de la costumbre de ignorar las emociones sin pensar mucho en las consecuencias del temido angst at hand, with twitches and all. Este silencio ha llegado a tal grado en mi vida que hasta ha sucedido que me encuentro con gente que me conoce pero de la cual yo no tengo ni el menor indicio de sus vidas registrados en mi conciencia. Ellos, sin embargo, recuerdan eventos con exactitud al milisegundo. Me veo a veces diciendo que sí­ recuerdo lo ocurrido en la narración presente pero es más vergíüenza lo que me impulsa a fabricar alternativas al hilo de la gestión pictórica que se presenta ante mis ojos. Esto demuestra muy claro que la memoria es selectiva y produce imágenes de muchos ángulos. Siempre le he tenido un terror a la imagen. Se distorsiona demasiado, le llamo Einsten Relativity attacks, para reí­rme de lo sicodélico.

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Nunca intenté establecer contacto con ella más allá del servicio que ambos solicitamos. A los borrachos ya nadie los toma en serio.


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