Me causa curiosidad este nuevo descubrimiento en mí.
He notado en mi cierto criticismo que he adoptado hacia los suecos desde que entré a la vida laboral aquí en Suecia.
Desde que terminé mi carrera inconclusa de teacher de profe de prepa o en términos más castellanos, como profesor de bachillerato con las asignaturas de español e inglés a mí disposición. 2005. Primero califiqué el fenómeno etiquetándolo como una especie de catolicismo light. O sea, que los suecos son una especie de católicos lite pues. Y todo porque tienen la costumbre de hacer un momento de pausa en tiempos, en lo que a mí me parece, como indebidos, nada que ver, en este caso, que las susodichas pausas están arraigadas en la cultura nórdica, o sea, las pausas están comúnmente aceptadas a que se den a ciertas horas del día, como en Madrid, la gran pausa entre las 2 y las 5 de la tarde y tengo entendido, en Italia también.
La diferencia entre esos países y el mío este nórdico, es que aquí me chiquitean [épale malpensados] la pausa entre cuartos de hora, so aquí está institucionalizada, para dar un solo ejemplo elva fikan, o sea la pausa de las once de la mañana para sólo mencionar la segunda pausa matutina.
Llevo 10 años aquí y aún no logro comprender este comportamiento sueco de las pausas. Resisto con mi actuar, al no compartir los minutos de descanso con mis demás colegas, y sin intentarlo puesto que al momento de dichas tradiciones del cotidiano devenir por lo regular me encuentro enfrascado tratando de solucionar problemas de primer orden en mi día. Esto me ha resultado un tanto beneficioso para explicar lo que a mis colegas les parece una crítica hacia el rito matutino pues gracias a mi horario puedo desafanarme de un comportamiento que no comprendo del todo.
Mi problema es que el día no me cuadra. Las cosas no deberían de ser así, quizá resisto aún estar aquí y este rebelar se manifiesta en la pausa, yo hago mis pausas a mi manera. El otro día un sueco me saco un texto de una canción hiper oldies entre estos viejos vikingos.
Jag í¤r en í¤kta Mexikanare och jag í¤r van att gí¶ra som jag vill
Yo soy mexicano genuino y estoy impuesto a hacer como se me pegue en gana.
Quizá ellos quieren interpretar mi rechazo a sus costumbres, sus formas de ser pero a mí me parece de todos modos una especie de perdida de tiempo. Este desprecio lo he rastreado a un punto en mi vida que causa una disyuntiva entre mi personalidad y el trayecto de mis estancias en otros países. Es una línea que es borrosa, como aquella que existió entre mi Tijuana y San Isidro de los 70’s. Lo digo así porque no sé realmente dónde empieza en mi la manía mexicana intrínseca a todo buen nopal carrying member y la indoctrinación inevitable que portamos todo buen fronterizo adicto al Norte gringo, en mi caso particular, la doctrina que abarca el utilitarismo.
El aspecto curioso es que en este país nórdico, In Partibus Infidelium, trabajo de más. Me veo encadenado a la doctrina de las consecuencias. De ver y actuar ante las consecuencias delante de mi. Me veo encadenado a la teoría de que mis acciones conlleven a un bien.
Esto acarrea problemas inesperados porque a la misma vez que quisiera comprender el rito de la pausa sueca me veo imposibilitado a proseguir con la idea siempre y cuando el impulso me empuja a seguir trabajando como loco, como buey.