Cimientos

Las lenguas de la casa matriarcal ’on crecí­ cuentan que a mi abuela materna le dieron un madrazo en la nuca para quitarle la vida y así­ hacerse de unos terrenos allá por Ensenada 1930 AD. Dicen que salió disparada de esos terres tras el golpe. Una nene cuya travesí­a por el tiempo y su vida serán un misterio por los siglos de los siglos para mi. Como pausa eterna, otra triza de esa historia que remonta a los 40’s del siglo veinte de la ciudad de Tijuana llegó a mis oí­dos como quién escucha el desenlace de un mito. Mi abuela adoptiva relata que le dijo a una señora, una más de las muchas mujeres perdidas de Tijuana, que para la próxima que estuviere encinta pensará en ella. Esa señora, esa niña que recibió el golpe por unas tierras fue a dar con el destino de mi abuela. 1945, nació el ente que diese luz a este ente que ahora escribe quizá quimeras.

La reputación de mi abuela biológica y materna se ve así­ salvada por un pequeño detalle. El golpe que recibió en la nuca le causaba trastornos mentales. Le daban aires que le hací­an perder la cordura. Estaba loca. Nunca supe cómo terminó en Tijuana ni cómo es que una señora cuyo estatus social con esa estatura social de admirarse le dio por querer criar hijos ajenos, Doña Julia tení­a una posición social en un pueblo sin historia más que el que la oportunidad brindaba, creo que es por eso que le dio por acercarse a una mujer libre de Tijuana.

Al recibir a mi madre, mi abuela adoptiva cuenta que el hermano de mi madre expresó alivio que mi progenitora hubiese terminado en manos de Doña Julia Lucero, como se le llamaba a mi abuela adoptiva. í‰l era un placa de la ciudad, le decí­an el gíüero porque su tez era blanca. Las lenguas cuentan por igual que mi madre no nació en Tijuana, sino en Mexicali. Mas el registro indica Tijuana. El acta en mi posesión dice, Tijuana, 1945. Según cuentan esas mismas lenguas maternales que mi madre era hija de un gringo que atendí­a los establos del Hipódromo de Tijuana.

Quizá todo sea sólo una explicación a la locura de dar a una hija a una desconocida.

Mi abuela adoptiva de seguro querí­a una hija para el matrimonio que la uní­a al hombre cuyo apellido llevo en mi. Era gente buena, gente camello. De buenos modales y buenas conductas sociales que me dieron un cimiento en que crecer.

Este pormenor también explica el color de mi tez. Mi piel es blanca. Muchas mujeres con las cual me he acostado podrí­an atestar lo último.

Esto explica por igual el porqué mi madre era blanca de piel.

Mas nunca podré saberlo con certitud y esa es la verdad que ahora me aqueja, en este presente, al relatar lo último.


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