Unas de las visiones del pasado me visitó al leer el blog de Mayra Luna. Recuerdo cómo se le dibujaba a mi abuelita una sonrisa al relatarnos su pasado en Zacatecas y otros lares allá por Stockton, California.
Sus historias sólo fueron confirmadas por ese lore mexicano rico en historias que nadie quiere robarse, al parecer, ese tesoro nadie nos lo roba y por eso acumulamos más de él.
La televisión, las peliculas eran testigos de los relatos de Doña Julia. En Tijuana ese tipo de lore no cabía, las calles de asfalto, la terrible realidad de hallarnos en un paraje infernal cuyo demacro se acentuaba el amanecer, la calle segunda y la tercera de Tijuana me dieron otro México diferente al suyo pero nunca detuvó a mi imaginación de poner atención a sus relatos y así, contagiarme de esa sonrisa que a ella le daba al relatarme de las chicas que se robaban los hombres a caballo.
En México era costumbre, o lo es, uno nunca sabe en México, robarse a las chicas. La visión más romántica es aquella de un jínete a caballo agarrando a una chica de la cintura y así, hacerse a fuerza del amor que uno deseaba así pegará la mujer grito al cielo en protesta. Antes del Síndrome de Estocolmo existió en México la cultura machista de enamoramiento por los huevos de un cabrón.
Por allá a más a mediados de los 60’s mi abuelita hizo presencia en la calle Ocho de Tijuana, una calle donde los asuntos policiacos se llevaban a cabo para todo el municipio de Tijuana. Quería denunciar a un pelado que se había pelado con su hija, María Esther Martínez. La preocupación por su hija no le hacía ver que ese mundo de robarse a las chicas ya había adquirido otro matiz, las chicas se iban por libre albedrío. Cuántos años tiene su hija, le preguntaron a mi Agíüe. 20. Señora, lo siento pero a esa edad no podemos hacer nada. No le cabía en la cabeza a la señora que quizá todo fue por el propio consentimiento de su hija. Años después recibí la historia a manera de narrativa oral, sentí esa preocupación, ese dolor por ese México donde la indignidad palpaba a flor de piel, sin saberlo, por supuesto, y helo escrito aquí.
Quizá lo fue. Conozco un poco de la historia de cómo es que yo vine a dar a este mundo y fue en esa escapadita que le causó canas verdes a Doña Julia la que concibio que yo pudiese relatar lo último.
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