A cualquier país que vayas y en él hagas vida, al paso del tiempo podrás darte cuenta de un hecho singular. No importa que tan chingon seas, no importa que seas la persona más buena del mundo, realmente nunca podrás pertenecer a ese país, a esa ciudad, a ese estado si es que no has nacido ahí. Los nativos siempre serán imposibles de poder interpretarse porque el fuereño sólo alcanza a comprender ciertas generalizaciones, ciertas verdades que él o ella vive. Mas no así el nativo, el nativo las vive en su totalidad. Lo más triste de todo es que el fuereño siempre comprenderá que por más que permanezca ahí nunca tendrá acceso a este clubmed de nativos, así sea en China, Tokyo, Madrid o Tijuana.
Podrás hablar en términos generales, como yo, de Suecia, de Estocolmo, de Madrid, de Inglaterra, México, DF mas nunca como nativo, así te gastes el RAE en saliva.
Todo esto me viene a mente porque un pasaje en un libro de Carla Guelfenbein, El revés del alma me trajo recuerdos:
Recuerda un cuento de Henry James que leyó hace un par de meses. En el cuento, un hombre retorna a Nueva York después de veinte años de ausencia. Al llegar allí, lo asalta la obsesión por saber cuál habría sido su destino si se hubieses quedado en su tierra, se pregunta incluso quién dejo de ser al partir y, sobre todo, si su ausencia lo convirtió en un hombre mejor o peor del que pudo haber sido.
Y es que me sorprende que aún guarde sentimientos por mi ciudad. Como dice el dicho, podrán sacar al león de la jungla pero la jungla nunca la sacaran del león. No sé a qué se deba a que siga sintiendo algo por mi ciudad o que me siga sintiendo tijuanense. A mi lo que me preocupa no es lo que pude haber sido en mi ciudad sino lo que pude haber sido en otras ciudades.
Tijuana es un vicio.