Yonder Lies It

algunos detalles de mi sexualidad inexplicable

La rutina indica una travesí­a por esa calle. A Juan Carlos le gustaba transitarla en su baika Harley Davidson por los sábados en la noche. Se poní­a una máscara de la parca y al filo de las 11 de la noche tiraba su rol por las calles más internacionales que la city podí­a ofrecer. Lo encontré en un bar de esos quezque para hombres, men’s club. Un lugar de pésimo gusto llamado Skandalo por la calle séptima y vaya que si lo era. La mujer que bailaba no paraba de hacer los mismos movimientos donde la gracia brillaba por su ausencia y en dos canciones ya sabí­a qué tanto y qué tanto no se podí­a doblar aunque de vez en cuando le salí­an movimientos simulando copulación ferviente de chiripada y más de dos veces logró que le prestara toda mi atención.

Carlos, que onda buey, ¿qué haces aquí­ sentado? (en retrospectiva reconozco que fue una pésima pregunta y por demás estúpida, lo que pasa es que me sorprendió encontrar a alguien conocido en esos tugurios, por eso del que dirán, you know?)

Las tecates llegaron al mismo tiempo que me llegó una jainita, se veí­a que el lugar no era un centro de jóvenes, sino todo lo contrario, no habí­a ni siquiera guardias a la entrada. Eran damas de edad avanzada que caminaban a las orillas del bajo relucir de los focos rojos. Me imagino que usaban la baja luz como complice, serví­an para enmascarar una juventud que ya no tení­an. Me dijo que si no le pasaba un bola para que se hiciere la cruz y accedí­, para mí­ sorpresa, la mujer empezó a desabrocharse su blusa y sus senos. Estaban un tanto decaidos, dejaron ver la carne de una humanidad increible. Quedé incredulo ante el espectaculo y mejor miré para no ofender que por atracción sexual. Le hací­an falta amor a esos senos pensé. Quizá acostada se le verí­an más apetitosos.

Al tiempo que moví­a la cabeza y hací­a una mueca con la quijada, Carlos me insinuó que estaba de wachas, mientrás, yo intentaba wachar a la jaina, sin estar del todo relajado, que tení­a la pista de baile erótico pero no aflojaba la blusa por más que esperé. Quizá era otro caso como el anterior, quizá mostraban una realidad que ojos lúbricos no comprenderí­an. Por curiosidad y tentación me acerque para ponerle un bola en sus calzonsitos negros, fine silk lingere, que no eran tangas de por cierto, pero que me dio oportunidad de acariciarle la cadera izquierda de lo cual no derivé demasiado placer una vez que le vi la face. Era demasiada ruca para mis gustos de hombre de 40 cuyo ideal de mujer es que no tenga arrugas, y ella, las tení­a. Le dí­, como dije, unas nalgadas ligeras y me fui a la mesa de Carlos un tanto decepcionado y con un sabor de amargura en mi boca.

Me sorprende que a pesar de los años Carlos siga entusiasmado por el color negro. Aunque el color ha adquirido nuevas tonalidades amén de material, através de los años, plasmado en el cuerpo del Carlingas, como le deciamos de cariño quienes le conociamos. Sospecho que le da por el masoquismo y más de una vez lo he visto con hombres exageradamente guapos cuyas mirabas penetran muy bien las profundidades de mi sexualidad. Me han hecho sentir ñañaras, como que me ven algo, y me pongo un tanto nervioso ante las amistades esas de ese gíüey.

La atracción es un tanto inquietante mas ya me ha quedado claro que el homosexualismo no me viene a mi. Simplemente creo que harí­a sentir muy mal de mi mismo, se tornaria un shock para mi sexualidad y despertarí­a emociones inusuales que el cristianismo me ha ayudado a reprimir, dios me libre de verlos libres algún dí­a.

¿Quién quiere eso? mejor dejemos los misterios de la sexualidad humana ahí­ donde mejor están, en el misterio.

Carlos me invitó con la miraba que lo acompañara y ahí­ voy detrás de él como perrito tras su dueño, nos pasamos al Madonna’s, un lugar como de dos estrellas mejor que Skandalo, a un costado del Le Drug Store, me subí­ al baikon de Carlos y el ruido de la Harley me aturdió los timpanos, pinche Charlie, fue la primera vez del dí­a que dijo algo y fue justo cuando mis oidos estaban más aturdidos. Creo que lo hizo a propósito, en fin, al entrar nos bajaron cinco bolas pero valió la pena, ahí­ si habí­a morritas bien chilas, y se quitaban las blusas, mis ojos se deleitaron con los senos de una chaparrita, estaban preciosos, redondos, y al parecer duros.

Soy un hombre raro, me gusta ver pero no tocar, quizá una de esas mamadas de la generación X, masturbadora what not, I touch myself all that. Charlie, sin embargo, me contradicí­a la filosofí­a, él conocí­a cada rincón sexual de Tijuana y a pesar de ser de una de las familias más pudientes de Tijuas a él le valí­a madre lo que el pueblo dijiere, cosa que yo no podí­a hacer, él sí­, él, él siempre ha sido mi ideal.

Conocí­a todo tipo de actividad sexual en la ciudad, lo supe porque una vez compartimos dí­as enteros juntos, y a no ser porque nuestros destinos nos depararon diferentes caminos quizá hubiere terminado como un objeto sexual más, exprimido, acabado por el hambre feroz que la ciudad demanda de sí­.

Una vez de risa me dijo que eso no le pasa a los tijuanenses, me dijo, los de Tijuana nacemos con una dosis extra de lí­bido y somos por naturaleza, tanto como mujeres como hombres, andróginos. El sexo es lo nuestro. El sexo es un instrumento para nosotros un medio para un fin.

Quizá largarme de la ciudad afectó mi lí­bido. Alejarme de los parties, de las pisteadas, de las noches que deseamos que nunca se acaben provocó que mis deseos carnales se aplacaran, me dan ganas de dudarlo.

Al dejarle de plantar los ojos a los senos de la morrita, cuyas caderas se moví­an al ritmo de una canción alemana, vi que Charlie se habí­a ido, ni sentí­ cuando partió, lo unico que sé es que pronto daré con él, me sentí­a ya en casa y salí­ del bar alegre, un tanto jarioso, pero alegre: am home, at last.


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