Ayer observaba un musulmán.
Es mi amigo, un refugiado político de Sarajevo. Le dieron su permiso de residencia permanente ayer. Se salvó de que lo regresaran. El gobierno sueco les convidaba una buena suma de dinero para que se fueran, la guerra ya terminó, ya no hay peligro de persecusión. Sólo casas con huellas de balas, acribilladas por el odio entre razas.
Estaba feliz.
Me invitó una taza de café y a fumar en una Narguile o pipa de agua, para festejar, tabaco sabor a manzana. A pesar de sus 10 años en Suecia simplemente no se halla aquí. Ni yo. Se queja de otros musulmanes. Dice: no aguantan el invierno, los otros son musulmanes del desierto, se sorprenden al ver la nieve, pero no así los de Persia, o sea, los de Irán, ellos si saben esquiar. Decía, me dice, como dices tú, los musulmanes tienen otra narrativa, otra forma de ver el mundo, para ellos, la nieve es otro mundo. Observo como fuma, con una gracia que no podría imitar así me fuera a vivir al mismísimo Sarajevo, algún día regresaré me dijo, como pensando que sabía a que lugar se refería. Fumo, como si fuera un cigarro, me dice, tranquilo, no hay prisa.
Lo conocí en una clase de sueco, se juntaba con otros de Bosnia-Herzegovina. Yo era el unico hispanoparlante pero como decía que habia crecido en California las miradas no se hacían esperar, me daban aires de que era gabacho. Ellos se juntaban durante las pausas y fumaban, se me figuraba que fumaban exagerademente y él así lo sigue haciendo. A pesar del buen clima nunca sonreían tampoco, y es que si no es invierno las muecas de trauma se hacen visibles.
La mirada es profunda. El color no tiene luz. Y aún así logra capturar mi maginación. Muertes, dice, las he visto en todos los países que he visitado, al aire libre, en casas, en cárceles, en centros de refugiados y hasta en mi recámara. Un amigo suyo se suicido, no aguantó las memorias. Dice, está enterrado, aquí, en el panteón del pueblo, con miras a Meca. Ustedes, dice, quitándome la mirada de encima, los americanos, no saben lo que la historia les depara, habrá guerras, dijo en tono de severidad, no hablándome a mi sino como si hablándole a un joven, sin historia. América no tiene historia. Ni la quiero, le digo, buscándole la mirada, si nos andamos matando entre nosotros mismos ya, enfatizo con un sarcasmo fuera de su alcanze, ¿qué no basta conque el gobierno haga de las suyas con el pueblo? No entiende el concepto de pueblo, cuando pudimos hablar por primera vez, en un sueco mocho y que nadie comprendía más que nosotros mismos, me preguntó a qué clan pertenecía.
Le miro siempre una copia del Corán, cerca de sus manos, como si estuviere luchando por la vida misma, como si estuviere a punto de caerse a un precipicio. Quisiera hacerle mil preguntas, quisiera discutir sobre su religión ahora que es tan popular hablar de árabes, pero me da miedo. Esos si que no andan con que se cagan en Dios.
Le comenté, tu vecino me pregunto cómo es allá, en los EEUU y que si podría conseguir trabajo, él, de tez blanca, ojos azules. ¿El Albano? No, el de Kosovo. Ah sí, el que se peleaba a cada rato con el Serbo. Sí, ese. ¿Qué le dijiste? Le dije que le iría mil veces mejor que a mi, de piel bronceada. ¿A poco así son? Todo es color allá en los EEUU. Le brillan los ojos de alegría, le digo a mi amigo musulmán, cada vez que le digo que grande es él allá porque aquí no es nadie, un immigrante más. Sus ojos azules son cotizados a precios altos. No serás molestado por la policia y nadie sospechará de ti, le digo, y sonríe. Sí, tiene muchas ganas de irse de Suecia.
¿Y tú, con tu nuevo pasarporte, te irás a los EEUU? Fuma la pipa, como meditando, el silencio se escucha, se detiene el tiempo y hay un lapso sin ruido, un ruido al cual no estoy impuesto aún, a pesar de mis 10 años aquí.
No sé. Tengo la piel morena, igual que tu.
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