Platicaba por medio de Skype con una amistad del sexo opuesto. No, no me da vergíüenza decir que es un homosexual. Ya hemos discutido bastante, anteriormente, que el sexo opuesto es lo más apropiado para su designación sexual, ya que, siempre y al acabo, el movimiento feminista deplora la idea del ’sexo opuesto’ por ende, es lógico, que hoy por hoy, los homosexuales sean el nuevo ’sexo opuesto’.
Las mentes homosexuales son las mejores, a mí criterio. Suelen escribir buenos libros. Ahí tienen a Patrick White.
En fin, discutía sobre un fenómeno de code-switching. Mi amistad es monolingíüe y nunca, o casi nunca, comprende, lo que él llama como mi obsesión con el lenguaje.
Escuchábamos la misma estación de radio por la internet. Un anuncio fue lo que dio rienda suelta a la discusión. Se anunciaba un beach party pero la anunciadora le decía, ’la beach party’. Como hablando para mí sólo dije en voz alta que esa anunciadora era monolingíüe, que no sabía lo que decía porque nadie dice la beach party.
Lo más probable, le dije a mi amigo, que escuchaba mi conversación con el mismo entusiasmo que el impulso de querer apagar Skype, es que pensaba en la playa y por eso cree que es lo mismo que en inglés, lo cual es verdad, sin embargo, enfaticé con voz de autoridad, lo cual al termino de mi enunciación se alcanzó a escuchar un pequeño suspiro de enfado al otro lado de la conversación, la beach se escucha por si sólo bien pero no cuando beach tiene función de antecedente, o sea, que modifique el substantivo en cuestión, o sea, party.
Además, agregué, el artículo apunta hacia el party y no la beach en la beach party. Lo más correcto sería decir: el beach party.
– Wow, me dijo, es la primera vez que escucho una conversación tan hueca.
– Es el eco que se escucha por eso de la distancia, le contesto sardónicamente.
– Si no es porque estás en Suecia ahora mismo te daría de patines como cuando pisábamos los salorios en las banquetas, ¿te acuerdas?
– Sí, le dije, aún me duele el culo de tantas patadas gíüey.
Después se fue a dormir pero me dejó pensando en los salorios.
Memorias de mi adolescencia y toda la inocencia perdida en aquellas calles camaleónicas. Antes de que saliere del closet, no supe de su homosexualidad hasta que cursaba la universidad en SDSU, él era mi mejor amigo, lo sigue siendo, por si las dudas. Ahora vive en San Diego, Normal Heights, Recuerdo, cada vez que me quejaba de las patadas, tras haber pisado un salorio, que mi amistad me decía, pues cojete un puto. Y no era él sólo. No sé porque la gente de mi barrio creía que la mala suerte se quitaba cogiéndose a un puto, pero así lo recomendaban.
La verdad no me sorprendió mucho que me confesará su homosexualidad, de jóvenes eramos prostitutos en Tijuana y para ganar dinero dejábamos que nos mamaran el pito por unos cuántos pesos, ya fuese para comprar ropa, ya fuese para ir de party por ahí. Todo el pasaje de la Ave. Mutualismo era un nido de juventud, jóvenes de 14 hasta los 18 en la década de 1980, no había mucho trabajo para nosotros pero si mucha droga y mucha moda. Se corría la voz rápido, ve con tal y tal fulanito y te dará dinero.
A mi amigo le gustó tanto el dinero que ganaba que hasta se fue a vivir con un puto, el Oscar. Era un señor cincuentón que aprovecho la juventud y virginidad de muchos jóvenes del barrio. Le encantaba mamar pitos y en el barrio había de donde escoger. Así que mi amistad decidiera irse a vivir con él no fue causa de mucho escándalo. Sólo que ahora debería de agregarsele el titulo de mayate al curriculum vitae de su carrera callejera. Oscar le compraba todo, Levi’s, Pony’s, Van’s, Converse, Hang Ten, wachas, walkmans todo lo que estuviere de moda en el barrio era nada más de decírselo al Oscar y se lo compraba, lo tenía bien alimentadito también, mucha vitamina sobretodo.
Así eran aquellos días por el centro de Tijuana.
No sé porque otros no se volvieron o más homosexuales o descubrieron, durante su desarrollo, que eran homosexuales. Me recuerda aquel pasaje de Octavio Paz en el Laberinto de la Soledad, ese que habla de la chingada y cómo es que el peor temor del mexicano es ser chingado. Los juegos sexuales de mis amistades siempre conllevaban agarrarse el culo en un juego de mexicanos que jamás comprendí. Había que andar con mucho cuidado sino en cualquier momento podría llegar cualquiera y agarrarte las nalgas y querer chingarte, todo, claro, en forma de broma con esa dosis y esa mirada de en verdad quererle meter la verga a uno. Esto no sucedía sin una buenas dosis de anécdotas de la vida real con nombre y cuerpo, por lo regular el mensito del barrio, de esos siempre había dos o tres chingados como ejemplos para que eso no le sucediere a uno.
Todo esto me pone a pensar o me da risa interna, no sé la diferencia ya. Conocí a varias otras amistades que vivían con jotitos. Lo curioso es que nadie consideraba al mayate como homosexual. El que chinga es el hombre y en ese aspecto mi amigo nunca perdió su estatus machista entre nuestro grupo. Así que agarrarle las nalgas a otro en seña de que se chingó por dejarse agarrar las caderas no es considerado como homosexualismo, el joto es el que se dejó agarrar las nalgas. Go figure that one out. Pero así es el mexicano.
En cuanto a mi amistad pues creo que la combinación del dinero y la costumbre de hacerle el amor a otro hombre o dejarse hacer el amor por otro hombre le hizo cambios a su constitución emocional. O por lo menos esa era la teoría que mis amigos más cercanos entreteníamos. Tampoco recordamos haberlo visto andar detrás de las morras como nosotros sí lo hacíamos. Uno de los propósitos para ganarse unos cuantos pesos por dejársela chupar era para poder andar con morras. í‰l no. Así que el día que me confesó que era homosexual, ya eramos grandes y adultos y estábamos tomando unas bebidas en el Rio Rita, no fue mucha sorpresa para mí, algo se sabía, su forma de ser, su cutis, su risa. Dirigí la mirada a sus ojos y como siempre, con esa burla y esa broma de nuestra juventud, le dije, chin, ¿a poco se te volteo la canoa? Lo mire echarle una mirada a su trago, sólo había hielos ya, y alzó las cejas mientras asentía con su cabeza que sí. Fue un aire de respiro para él decírmelo, por fin podía ser él mismo conmigo. Con el tiempo discutimos más su homosexualidad, como si nada hubiere pasado. Cuando se corrió la voz, el único medio sorprendido fui yo, los demás se la habían maliciado desde hace mucho. Quizá nadie dijo nunca nada porque todos de alguna manera u otra eramos cómplices del desarrollo de nuestra sexualidad y mientras se tratará de salir adelante, tener feria, tirar party, todo lo demás no importaba.