No conoces la ciudad hasta que conozcas sus fantasmas; es entonces cuando la ciudad te hace sentir las esquinas, las sombras, lo recóndito de su alma. Ojos que ven, corazón que conoce.
Las calles lucían las hojas del viejo árbol como si el rojo fuera muy de moda. No para mis sentimientos. Un decrépito color les hubiere sentado mejor, lo marchitado, marrón. Lo fragil, lo leve, lo que el viento se lleva con sí para estrellarlo contra alguna pared ad infinitum 24hrs. Hasta que poco a poco terminase en pedazos por todo el vecindario. Una hoja de árbol regada en mil trozos sin poder dar cuenta de ello. Otro día traerá consí los resultados del revuelo fatal.
Mis pasos pisaban las hojas sin mayor detenimiento. Iba rumbo a la casa Rosa bajo la pesadumbre de una mala noticia que afectaría mi futuro inmediato.
Esa casa siempre me trae recuerdos de las lecturas que hice de las novelas de Isabel Allende como si uno pidiera comida china a domicilio, rica, humeante y en cartones con un cookie fortune de pilón.
En la casa Rosa hay una vasija que dan ganas de quebrarla, cada que paso por ahí algo me insinúa a hacerlo, controlo el impulso pero no sin pensar dos veces el por qué de la travesura que me acosa cada vez que paso de largo por ella.
Esa fue la última vez que me vi tentado a hacerle daño a la vasija portuguesa y la última vez que puse un pie en la casa Rosa.1
1 Chinese readers are used to being asked to infer certain points on their own …