Aquí da el clima para todo. Hay un surplus de pensamientos ya.
Se escucha el chillido de las gaviotas. Hay comida. Los ríos corren libremente, es primavera y hay fragmentos de hielo flotando con rumbo al Mar Báltico, en el riachuelo de mi pueblo, aquí en Suecia. A ver si alcanzan a llegar integros, de Stockholm with love. Miro los trozos de hielo alejarse, desde el camino que toma el Metro, algunos aún con huellas de algun calzado en ellos. Miro los rieles en el puente, abajo, el tráfico de vehículos, rush hour. La luz del día, la vista panorámica de la ciudad y sus edificios barrocos de hace dos siglos secuestran mi alma.
El silencio, como la brisa que pintó la luz matutina, grisácea, donde el sol es albo y los cúmulos merodean sutilmente, sin prisa alguna, las calles empedradas, hacen que voltee la mirada: se mira que los turistas deambulan la city ya, apuntando con dirección al cielo, sus dedos se afanan en hacer ver, miro la alegría en sus ojos, quizá el momento que tardó años en materializarse se ve por fin, toman fotos de los ornomentos de los edificios cuyas fachadas imponen a la vista y que hay por estos rumbos de Estocolmo por doquier.
Por lo regular los suecos son muy callados. Así que mirar al extranjero admirado de sus alrededores es un wake-up call. Tiempo de salir del invernadero. Hay visita. El inverno es duro, más este último. Miradas vagas, miradas en otros sitios, miradas que no buscan otras miradas. No hay palabras, sólo la música turca que invade los tímpanos desimprovistos de lo espontaneo. Es raro escuchar música a estas horas de la mañana. Mas raro es ver que alguien se haya animado a irrumpir el sopor de lo cotidiano. Lo normal, lo de aquí. Es un hombre con un acordión, cubierto no de nieve, todos vemos, todos reconocemos el frío, pero no la pobreza. La pobreza se mira sucia en esta blancura que cubre nuestros horizontes. Toca una balada que recuerda a Constantinople, pide unas cuantas coronas. La gente lo ignora como trató de ignorar la música con las muecas de desaprobación. Ya estoy impuesto a las miradas de desaprobación, me llega el turco con lo que me parece un Fedora en la mano y una sonrisa suplicante, le suelto 5 coronas que caen en un sombrero verde cubierto de tizne urbano, le doy lo que traigo. Miro hacia afuera, la ventana es lo único recomfortante ante esta espera, de punto A a punto B.
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