Mi pecho grita por dentro la falta de ganas o el saciamento de algo muy bueno tornado malísimo. El vacio de afuera me llena la mirada de nada. No hay humor. Es tiempo de reflexión. Andar solo, pensar. Caminar por las calles y dejar que la vida corra su curso. Es tiempo de observar, rumiar.
Soy más de ideas. Me gusta explorar ideas.
Aproximadamente hace diez años me hice un test psicológico. Trabajaba en aquel entonces en el Salvation Army de San Diego, uno que está contiguo al SDCC. Era un counselour para drogadictos y alcohólicos.
Como en los EEUU no se puede practicar cuestiones de psicología sin ser uno expuesto a las constantes pruebas de personalidad que determinan el estatus mental de las personas me tuve que hacer varias pruebas yo también, todo pagado por el Salvation Army.
Resultó que me gustan las ideas.
Mandé mis papeles con las respuestas que dí creyendo en unos resultados extraordinarios. Creí que por fin alguien vería lo inteligente que soy. Al leer los resultados me di cuenta que el análisis de mis respuestas fue hecho por una computadora. Miré lo terriblemente normal, rutinaro y cotidiano que soy. Ni más ni menos que la gran mayoría del Norte de América. No resulté después del todo más que nadie. Mis sueños de grandiosidad quedaron plasmados en el asfalto negro de la ciudad sandieguina dejandome un tanto frágil y más humano que antes.
Myers-Briggs Type Indicator indicó que soy un tanto introvertido también, aunque un dejo de extrovertidad traiciona la superficie del alter ego como volcán bajo over the counter somníferos.
Los mexicanos de Octavio Paz ya no existen. Eso sí que fue una quimera de la imaginación. Es por eso que la mayoria del norte de México nunca habla de cómo somos los mexicanos. Pues nos relacionamos más con el Pachuco de El pachuco y otros extremos que con el mexicano y eso a muchos les cae como cucharada de aceite amargo en la lengua.
Aunque hay varias generalidades por cuestiones de bagaje cultural.
Por ejemplo:
No solo me gusta qué es lo que la ciencia puede aportar a mi constante sed de conocerme a mi mismo sino que también quiero saber qué es lo que los horóscopos dicen.
Los mexicanos no solemos ser introspectivos de nuestros actos. Sabemos cómo debemos de ser pero muy rara vez cómo somos. Es por eso que siempre es causa de sorpresa que alguien nos venga con el cuento de cómo somos. No lo podemos creer. Y el por qué somos propensos a todo tipo de métodos para idealizar cómo es que somos y el por qué creemos que una limpia nos cura de males ajenos como el mal de ojo. Somos propensos al voyerismo hasta de nosotros mismos. Queremos poder observar por medio de rendijas quiénes somos. Leerse las manos, echarse las cartas del tarot, mirar la bola del cristal, pulseritas de la buena suerte, bolsitas llenas de picoy para ahuyentar malos humores, ad infinitum.
El mexicano en general no le gusta el presente, o sea, no quiere ser amo y dueño del hoy sino del futuro. Por eso nos gusta que nos digan qué es lo que el porvenir traerá consí. Nos gusta que nos digan que tendremos una novia o que alguien anda en pos de uno, nos gusta que se nos busque pero nunca nos buscamos a nosotros mismos. Preferimos que nos echen las cartas y nos digan que ganaremos la lotería o que un ser de bealdad sinigual nos captivará.
Por eso el acto de confesión es más una liberación personal que un acto de perdón. Cuando nos confesamos delatamos quiénes en verdad somos. Preferimos el confesar nuestros actos pasados para poder rehacerlos de nuevo. Es por eso que los tiempos del verbo son en pretérito perfecto ”Perdóname padre porque he pecado”. Nunca ”perdóname padre porque estoy pecando”, jamás, perdóname padre porque ”pecaré”.
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