Nican Mopohua I

¿Qué hubiere pasado si Juan Diego no le hubiere hecho caso a la voz?

Imaginémoslo.

Va un hombre. (pobre e indio es de menor significancia aquí­).

Diez años después de la llegada de Hernán Cortés a la ciudad de México, o sea 1529 o 1531 como lo dictan ciertas autoridades.

El Nican Mopohua, Huei Tlamahuitzoltica, relata que iba en pos de Dios. Digamos que llevaba más de una legua, algunos 7 kilometros, algunos 11, ya recorridos antes de que escuchase: Juanito, Juan Dieguito.

No Juan Diego sino con en el diminutivo dieguito, juanito. Recordemos que el diminutivo siempre ha tenido dos funciones: una para encariñar y la otra para añinar, infantizar al ser humano.

Mas antes de escuchar la voz de la Virgen Marí­a, el relato hace mención de las grandes voces del nahuátl: Coyoltótotl y Tzinitzcan, Juan Diego se pregunta:

¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo?

Se recurre al pasado perdido, al paraiso perdido.

Quizá una seña de que los cantos ya no son tan apreciados como antes, ahora, ¿por qué sentirse digno?

Antes que la Virgen, la estética azteca, lo mexica, lo nahuátl, prevalece.

Supongamos por un instante que Juan Diego se hubiere olvidado de todo al escuchar los cantos de sus ancestros, porque la pregunta es ¿Por ventura soy digno, soy merecedor de lo que oigo?. La veneración al pasado es total, la fuerza de la gloria de un pasado cercano es sinigual.

Después del todo su esposa falleció en 1529 uno o dos años antes de la primera aparición.

Ahora, El Nican Mopohua lo describe como un ”macehualli”, o ”pobre indio”, es decir uno que no pertenecí­a a ninguna de las categorí­as sociales del Imperio Azteca, como funcionarios, sacerdotes, guerreros, mercaderes, etc., es decir que pertenecí­a a la mas numerosa y baja clase del Imperio.

Imagí­nemos: un hombre de 47 años presenció un cambio radical de poderes en su comarca aunque bien a él le hubiere dado lo mismo un patron que otro, mas supongamos por un instante que Cuauhtlatoatzin se encontraba afligido del alma: el pasado le dolí­a, las cosas han cambiado y los nuevos poderes traen consigo nuevas ideas, nuevas costumbres de ser que él no entiende. Además, su esposa recien fallecida. Lo que aquí­ falta es comprensión sobre las formas de luto entre los aztecas, los nahuas.

Se pregunta ¿Por ventura soy digno …?

Supongamos por un instante que Cuauhtlatoatzin sufrí­a desconcierto, una especie de crisis existencial, congoja ¿Por ventura soy digno …?

Y escucha los cantos y se queda embelesado por lo que oye. No ve, no escucha más que el pasado en los cantos que retumban por sus oidos a esas horas antes de que el sol saliese.

Supongamos, por unos instantes más, que hizo caso omiso de sus alrededores, ¿qué hubiere pasado?

Juanito, Juan Dieguito.

Mas no escucha.


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