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EL QUINTO SOL (teocuí­catl)

Cuatro años habí­a ardido el horno sacro allá en Teotihuacan. Y el dios de la vida (Tonacatecuhtli) y el dios del tiempo (Xiuhtecuhtli), llaman al lleno de llagas (Nanáhuatl) y le dicen:
—¡Tú tienes que sostener ahora el cielo y la tierra!
Y el dios se puso triste y dijo así­:
— ¿Qué están diciendo? ¡Hay dioses allí­! Yo soy infeliz enfermo.
Llaman al dios que celebra su fiesta en 4-Pedernal. La Luna es.
Habla el dios de las lluvias (Tlalocantecuhtli), y habla el dios de los cuatro rumbos del mundo (Nappatecuhtli).
Ellos lo mandaron.
El dios llagado (Nanáhuatl) ya se pone a hacer penitencia: toma sus espinas de agave; toma su rama de abeto, se punza las piernas en sacrificio ritual y la Luna hace su penitencia.
Luego se va al baño y en pos de él va la Luna. (El dios del Caracol) Su abeto era plumas de quetzal (trogus sp.) y sus espinas eran jades, y lo que echaba en el fuego eran también esmeraldas.
Cuando hubo acabado el perí­odo de cuatro dí­as para hacer la penitencia, el dios llagado ya toma sus plumas y se pone las blancas rayas de la ví­ctima del sacrificio.
Ya se va a arrojar al fuego.
Pero la Luna aún está aterida*, anda escupiendo por el frí­o.
Ya el dios llagado va y se arroja al fuego: en puras llamas cayó.
Ya se va la Luna y se echa al fuego: sólo en ceniza cayó.
Hechos fueron ya. Pero llegan el águila y el tigre.
El águila se repliega, se reduce y se atreve.
El tigre tiene temores y no se atreve a caer.
Saltó el águila y ardió. Saltó el tigre y quedó solo a la vera* del fuego.
El águila se ennegreció: el tigre solamente se manchó con huellas de fuego.
El gavilán llega luego y en el fuego queda ahumado.
Llega luego el oso y solamente se chamusca.
¡Tres de ellos no supieron cómo portarse: tigre, gavilán y oso!
Encumbra al cielo el dios llagado y los dioses de la vida le dan aposento allí­. Lo ponen en rico sodio de plumas de mil colores.
Le colocan en la frente una rica manta de plumas y le tatúan el rostro.
Y pasaron cuatro dí­as y el Sol en el cielo estaba.
La tierra toda tení­a bajo las sombras que se eternizaban.
Se juntan todos los dioses y forman su concilio:
—¿Qué pasa que él no se mueve?
El Sol era el dios llagado mudado en Sol, desde su trono.
Va el gavilán y pregunta:
¿Los dioses quieren saber por qué razón no te mueves?
Y el Sol respondió:
—¿Sabes por qué? ¡Quiero sangre humana!
Se congregaron los dioses y deliberando están.
—¡Quiero que me den sus hijos; quiero que me den su prole. El dios de la Aurora (Tlahuizcalpantecuhtli) dijo, en voz sonora:
— ¡Yo voy y yo le doy un flechazo… ¿por qué se ha de detener?
Hizo el conato y lanzó su dardo, no dio en el blanco.
Y entonces forma una saeta con plumas color de luz solar.
Pero con una flecha de plumas rojas color de llama, al fin lo pudo asaetear.
Ya marchan los Nuevos Cielos; ya el mundo girando está.
Y el mismo dios de la Aurora viene trayendo el hielo.
Otra vez los dioses se congregan:
El precioso del Sur (Huitzilopochtli),
el dominador de los hombres (Titlacahuan),
las mujeres Flor rica de plumas (Xochiquetzal),
y la Negra Falda con la de Roja Falda (Yapalicue, Nochpalicue).
Y todos los dioses mueren allí­ en Teotihuacan.
En cuanto a la Luna, sube y se va por el firmamento.
Ella que solamente en la ceniza habí­a caí­do.
Iba llegando al borde del cielo cuando el dios de las espumas (Papáztac) le rompió la cara con un conejo, que le dejó allí­ incrustado.
Cuando ella bajaba al hondo abismo la vinieron a encontrar los dioses de la funesta fortuna, todos ellos alargados (Tzitzimime), y los que giran en rápido vuelo en medio del torbellino (Kolelitin). Entonces le preguntaron:
—¿Qué intentas? ¿A dónde vas?
Y entonces fue cesando su marcha: iba vestida de puros harapos.
Y cuando el Sol se detuvo —el Sol de los Cuatro Movimientos—
también era la hora en que llegaba la noche.


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