7 minificciones suecas en siete dí­as: parte II

Suecia, en algún rincón desconocido para ti, lector.

Erika es gíüera, de ojos azules y piel extremadamente blanca, ghost, me dice con su sonrisa. Chapis dirí­a. A ella la conocí­ inusualmente. Como es inusual platicar con alguien en la burra. La burra lleva silencio, no pasajeros, tras años se acostumbra uno, se torna uno como una ventana más, un ser cuyos ojos vislumbran lo que pasa, así­ iba yo, pensando en Tijuana, con ganas de cruzar la calle tercera,, diagonalmente, off course.

Se sentó a mi lado, su mirada me socavó. Reconoció el secreto que cargamos todos los hispanos que nos encontramos en el extranjero: este habla español, la mirada de la fraternidad es inequí­voca, ¡Hola! Pero ella me miró exactamente tres segundos de más, aún no aprendí­a el elapso temporal que dictan ese tipo de miradas. So mi impulso fue casi automático: ya me inclinaba a besarla. El calor de su cuerpo, sus hormonas y Ck1 me calentaron de más. Era bonita.

Pocas veces me ha pasado así­, que una miraba bastase para un beso, me ha sucedido, contadas veces, me sobran dedos en la mano para ello.

Con un poco de tiempo supe algo de ella, como no, sí­ a eso iba el rollo, conocerse.

A pesar de lo rubio de su ser era una inmigrante igual que yo, pero ella tení­a la gracia de ser un inmigrante de hace 400 años atrás, por alguna razón esperaba que me dijera las horas, los meses también, de su ciudadaní­a ius soli.

Mis padres emigraron de Valonia, dijo en un español con la r bien pronunciada. Llegaron a Smí¥land con el fin de establecer la industria de objetos de vidrio. Sí­.

¿Hablas español verdad? Así­ rompió la mirada atónita de mi cara, sí­, claro.

Platicamos mientras las calles recorrí­an su curso por las ventanas de la burra. Sacó una birria, Spendrups, Smí¥landsí¶l, platicamos más. íbamos risa y risa atrayendo la atención de los demás pasajeros que con sus movimientos corporales nos amonestaban el despliegue inapropiado. 3 in the afternoon.

Dos dí­as después nos reunimos otra vez. Querí­a sexo, querí­a no querer sexo, querí­a querer no querer. Nunca he logrado aprender tener amistades nada más porque sí­.

No sé leer a las otras personas, ignoraba sus intenciones.

Tomamos kaffé. Mas ella se fue, así­ como llego. Quedé sólo en el café. No sabí­a como explicar su comportamiento. Quizá olió mis hormonas, quizá me vio el lunar equivocado, quizá I was a little urban toy.

Al caminar las banquetas de Estocolmo, la gente de repente se amontonaba, tení­a mucho sin sentir el golpe de las masas, el anonimato de la gente. Hoy lo palpé. En mis oí­dos se escuchaban los Hives, hate to say i told you so.

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