Por cuestiones del destino y otras fuerzas cosmicas que tuve que sobornar para que este día saliera como salió hoy, (je, ¿quién dijo que Dios no es mexicano?) de repente me ví escarbando tierra en el cementerio de uno de los pueblos de mis cercanías. El danes, un amigo borracho, mujeriejo y que rara vez se rasura para presentaciones publicas y buen padre de dos, me invitó a trabajar cuando me invitó un whisky londinense. El convenciero sabe mis debilidades. Acepté sin pensarla mucho ya que el camello era por otros lares y a medio día que me lleva a tierra sacrosancta. Llevo tres dias ahí ayudandolo a emparejar los caminitos entre las tumbas y he de decir que los muertos hablan, n’ombre, no sólo hablan sino que no paran de hablar, tienen todo el puto tiempo del mundo y ahí estoy, sufriendo sus pinches chismes. yaketi yak, yak, yak.
Ayer, me sentía tan, pero tan mal, de cargar la tierra esa ajena en mi piel que no resistía las ganas de deshacerme de mis jeans y demas prendas porque la neta me pesaban, me pesaba el puto olor a dead. No lo aguantaba. Y es que a la sorda, a la larga, al pasar unas horas ahí, no hay ni cómo evitar el ambiente y de repente llegan tufos que uff, no le queda otra al pobre cerebro que concluir que por ahí hay mesa redonda entre el mundo de los ínsectos.
Eso si, la tierra está abonada pero por nada del mundo la usaría para mi jardín, fuck it compa, not in my housita ese.
Pero es una aventurilla ¿no? El cementerio se conoce como pueblo y a la entrada se le nombra como pueblo, quizá alguna idea de algún intelectualillo por ahí que leyó demasiada egiptología what not.
Bueno, dejo de chingar y ahí les dejo algo para la retina … Saludos especiales al Aljibe.