Move away Narcissus, here comes Yepéz!

Ahora resulta que la apatí­a es una élite y la jerarquí­a de ésta élite es lidereada por Heriberto Yepéz. Leer produce psicopatí­as y desear cambios en el paí­s por consecuencia de la lectura es un mal que merece la reprobación social de toda la sociedad. Ajá. Si Yepéz viviere en algún lugar de la Mancha, El Quijote ya estuviere encarcelado. No que haga una defensa de ese personaje que más mal le ha hecho al psique hispano [*] que Caligula a Roma. Es más bien loable que Yepéz se disponga a atacar el mito ese aunque algún discomfort le debe de estar causando a su best pal Rafa Saavedra el cual sufre espasmos gramaticales y de vez en cuando le da por querer limpiar, pulir y dar esplendor al lenguaje Baja Californiano. Es bien sabido que odio la maldita obra del Manco. Es un decir namás pues. Aunque hemos de reconocer que Yepéz poco a poco se está ganando la fama de un sí­ntoma del estado psí­quico del paí­s, o sea, la salud mental de la nación o por lo menos de la prensa que lo apapacha, las editoriales, los circulos literarios acólitas muertos de hambre por las boronas de un poco de fama (La sección de sociedades ya no es la misma de antes)- En end. Ay mis hijos.

Read all about it here: Zeta Cultura, por Gabriela Olivares Torrres, edición 1641.

[*]

Rosa Montero sostiene que

a los hispanos en general, pero sobre todo a a los españoles, nos horroriza hacer el ridí­culo. Tenemos el orgullo en carne viva, y una conciencia tan aguda y enfermiza de nuestra apariencia, de lo que los otros pensarán sobre nosotros y del qué dirán, que preferimos pecar de mudos, paralí­ticos, y sosos de solemnidad. Es decir, preferimos la pasividad total antes que hacer nada que pueda terminar siendo risible.

El agudo Lord Byron sostení­a que la larguí­sima decadencia española habí­a empezado con el Quijote, y que la obra de Cervantes, que era nuestro icono cultural nacional, nos habí­a hecho un daño terrible al enseñarnos que atreverse a soñar, a perseguir las propias quimeras y a ser distinto, sólo conducí­a al más espantaso y patético de los ridí­culos. De ahí­ a nuestro orgullo sangrante e hipersensible, nuestro miedo a la mofa tan extremado.”

a lo cual me subscribo casi en su totalidad.


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