La última mazorca que Montezuma consumió

Mis ojos cayeron sobre el sinfí­n, donde les encanta contemplar el occiduo mas el atardecer trajo consigo nubes grises al horizonte. Los nimbos que pintaban negruzcos me produjeron una sensación que reconozco como atávica. La piel se me quiere enchinar. Mas no retrocedo, como deberí­a, al calor del hogar, años ya que no hago eso, instintivamente por lo menos, procedo y sigo como si nada. Mejor saqué la pipa y caminé en pos de unos árboles con ciertos ramajes amarillos contrastando con la verdura de la mayorí­a. El viento no viene sólo, hojas marchitas manchan su curso.

Está vez no logré reprimir la historia que sale de mis yemas cada vez que la enciendo. Tiene su historia pero por lo usual no quiero escucharla. Hoy sí­, tení­a rato que no me daba el lujo de revivir los recuerdos que la pipa resguarda. No hay a quién contársela aquí­, mas que a mí­ mismo y a la larga todo relato aburre si se escucha repetidamente, va perdiendo el lustro, la sensación de la novedad, en cada narrada. Así­ me sucedió con la pipa, mas hoy insiste.

Tiene más de año y pico. Sólo otra persona sabe de la pipa y una carta que guardo en un buzón privado de San Ysidro, California, donde doy pormenores de mi residencia, teléfono y otros detalles que comprueban la autenticidad del efecto que me estoy llevando a mis labios en este momento. No es de mi hábito comparar, creo que comparar es un mal del cual el hombre, la humanidad, bien harí­a en no practicar pero para propósitos prácticos diré que la pipa es un sí­mbolo de dos naciones equiparable a La codiciada bandera de El Alamo, a diferencia que la codicia aquí­ es más bien una venganza que no se consume aún. Hay una organización secreta de los EEUU que tiene un departamento especial sólo para indagar el paradero de la pipa.

Cuando cayó en mis manos no podí­a creer la historia. Era un efecto que por cuestiones de la Guerra Frí­a y su antecesor, la Segunda Guerra Mundial, habí­a permanecido en el olvido. Se habí­a vuelto, como muchas otras cosas, una nota a pie de página para darle a investigadores obstinosos alguna pista a dónde ir para mayores referencias. Mi compa de barrio, el Pájaro, habí­a hecho un jambo en un canton allá en Los. No podí­a creerlo cuándo me lo cotorreó, fue allá por la Pacific Fleet, la cual es menester decir, para propósitos de este relato, es una base naval de los EEUU en San Diego, California. Mas el Pájaro no podí­a mentir, él no sabí­a de mis aficiones al tabaquismo en pipa y contadas son las personas que sabí­an de este pequeño vicio que me guardo para mí­ mismo. Así­ que no se las pudo inventar el sólo y cuando me dijo que era la pipa del mismí­simo Douglas MacArthur no se la podí­a creer mas mientras me asaltó la duda por sorpresa tampoco podí­a dejar de darle el beneficio de la duda.

Miré la pipa. Querí­a cien pesos, de los viejos, de los de antes de Salinas de Gortari, de los de Roberto de La Madrid, los cuales equivalí­an a 5 dólares. Debió de haber intuido algo al ver mis ojos mirar el efecto porque luego luego me tiró otro verbo para querer bajarme más feria. Le invité una chela y le dí­ una lanita extra para el churro que querí­a quemarse, pero antes le hice contarme cómo es que burló la vigilancia de la base naval. Sin saberlo, al Pájaro le gustaba, como se dice en el terre, el arroz con pópote y trabajada medio turno por los sábados en el San Souci por las tardes y una noche un mayate de la base naval se lo llevó a su cantón sin saber que el Pájaro era más caco que puto. Y así­ es como terminó en mi posesión la pipa, más bien gracias a la malilla que el Pájaro se cargaba ese dí­a.

La historia de la pipa es sencilla y su existencia está cubierta de leyendas y historias tras historia que uno bien cabrí­a en dudar la procedencia de tal efecto y su verdadero valor histórico pero personas del bajo mundo en el que me relacionaba querí­an comprármela y me daban hasta miles que jamás he visto en mi vida. La pipa está hecha de mazorca y su elaboración es uno de los métodos más sencillos que hay para hacer cascos de pipa en toda la industria de pipas de aquí­ hasta México. Hoy en dí­a nadie las fuma más que uno que otro entusiasta de la segunda guerra mundial. Lo curioso es que la pipa tiene pues este entrelazo entre México y los EEUU.

Resulta que durante la invasión norteamericana de Veracruz del 27 de Marzo de 1847 unos marinos dieron con el escondite de una secta ultra secreta de nahuas. Conservaban la última mazorca que Montezuma consumió y veneraban este objeto con mucho sigilo. Sin reparar en el objeto, un descendiente de Douglas MacArthur se la llevó consigo al termino de la invasión y se rumorea que cada vez que MacArthur se veí­a con mexicanos sacaba la pipa para fumarla enfrente de ellos y contarles cómo es que obtuvo la pipa. El gobierno mexicano miraba con recelo este acto insensible de parte de MacArthur así­ que cuando supieron por medio de cables secretos que habí­an atracado la vieja residencia de MacArthur inmediatamente mandó a unos agentes de la CISEN a la frontera para ponerse en contacto con el bajo mundo a ver si de casualidad no se sabí­a algo al respecto. Para cuando dieron conmigo al otro dí­a estaba ya rumbo a un paí­s extranjero. Tení­a todo pagado y residencia hasta el dí­a de mi muerte a condición de que la pipa terminase en manos del gobierno el dí­a de mi fallecimiento. No querí­an saber nada del efecto en aquellos dí­as ya que el sólo saber crearí­a un escándalo diplomático.

El otoño se apróxima más aún es verano y el clima siente ya un poco helado, así­ es en estos paí­ses extranjeros. El tabaco en la pipa se extingue y el horizonte se mira un poco claro ya. A no ser por la pipa, me digo como quién habla para otros, no estarí­an mis ojos viendo todo esto ahora.

Lämna ett svar