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Las piedras de la acera resistian entrar al recojedero. Eso es lo que más me cae gordo de Suecia, que los recojederos sean de plástico, ganas fueran de aluminio, como los que me vendí­an allá en Tijuana. Hechos de botes cuyos contenidos iban impresos en letras que delatan sólo una porción de lo que alguna vez contuvieron, chemo, pegamento 5000, aceite, aceite de olivo y quién sabe que más. Eso es lo bueno de Tijuana, ha sido pionera en sacarle jugo al comercial, o sea, el comercial lo explota hasta la gente común y corriente como tú comprenderas. Por eso las camisetas hechas de harina de costal, usualmente de harina del Rosal, se vendí­an como si pan caliente en los puestos de curiosidades allá en mi viejo rincón de Tijuana, el Mercado de Artesaní­as. Los gringos las aman hasta la fecha. Ah, aquellos eran los dí­as. Pero hablabamos de Suecia. Las pinches piedras no entran al recojedor. Era en una de esas batallas de querer meter las piedras al recojedero cuando Gí¶ran, que es Jorge, pero en sueco, paso por mi lado y se detuvo. Nunca se detiene el gíüey. Iba con sus perros de caza, dos caninos de la raza inglesa llamada Setter.

– ¿No quieres ir a cazar alces Julio?

Francamente no sé que me sorprendió más, que me hubiere llamado por mi nombre o que me hubiere invitado a una jornada de caza.

4am de la mañana, domingo y los bostezos irritan a Gí¶ran. ”¿Cómo le dicen a este tipo de neblina en inglés?”, pregunta Gí¶ran. ”Mist”, contesto. ”Suena mejor que en sueco”.

Me dio una especie de uniforme, los suecos son de esos que tienen que ir vestidos según la ocasión. Me dio una chamarra de gamusa verde a prueba de agua y unos pantalones que me quedaron en peligro de parecer brincacharcos. Hasta una gorrita recibí­, tení­a material para verse en la oscuridad o si la luz le pegaba, retachaba la luz pero a estas horas ¿quién chingados iba a aluzar el dí­a? Además el pedo era ir de caza aunque de cazador tengo lo que tengo de maestro de boliche, nada.

Después se puso más serio de lo ya usual. Sacó una llave del bolsillo de su chamarra, siempre le creí­ tener una wacha ahí­, pero no, tení­a una llave de un armario sencillo del siglo XIX que heredó de su bisabuelo de los llamados empotrados. Pintado de azul dando ya al gris y con motivos suecos í  la Carl Larsson puso la mano en una de las puertas y las abrió como quién abre el Sagrario de alguna iglesia católica. Se vieron varios rifles de caza de los cuales jamás habí­a antes.

Me soltó una Franchi I-12 modelo Synthetic custom fitted con telescopio. Estaba que no me la acababa. Qué iban a pensar mis amistades, qué iba a pensar el íngel. Me sudó el culo pero al tener en mis manos ese artefacto de maldad sentí­ un poder sin igual. Mire en el telescopio y apunté hacia el techo, la cruz apuntaba a una vieja telaraña. ”Oye, Gí¶ran, ¿hace cuanto que no limpias este cuarto?”

5am, nos dirí­jimos al bosque. Los bancos de nubes aún obstruí­an la vista. No se miraba a más de metro y medio lo que habí­a por delante. Por suerte, los pinos se alcanzan a ver muy bien y el piso aún tiene bastante verdura para recojer el color que la poca luz da. ”Suerte que aún es verano” me dice Gí¶ran, cual si fuera hablando a solapas. Llegamos a una roca que radiaba familiaridad y ahí­ nos sentamos un rato. Gí¶ran sacó un termo y entre sorbetes delicados y miradas inculpadoras me comendó a escuchar el silencio. Olí­a el café y mis oidos se prestaron al ruido del bosque. El silencio.

6am. La sangre en las palmas de mis manos se seca rápido, sin duda alguna con ayuda de la neblina restante que pinta el grisáceo del crepúsculo. La sangre entre mis dedos no, esa aún está fresca, escurre el liquido ajeno a mi, fuese mia, ya me la estuviere llevando a la boca, chupandomela para limpiarme los dedos.


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