El Gíüero taquero de la quinta el Malecón IV y última parte

Antes de venir a partirle la jeta al Gíüero el taquero para ver si nada más la estaba jugando [tengo entendido que en parte el vato se quedó saico por una catiza que mis empleadores le mandaron dar al gíüey por broncas que desconocí­a hasta hoy] o era en neta el pedo de su saiqueada, mis empleadores me habí­an mandado en calidad de representante a Taiwan para brindarle los últimos respetos a Hsu Hai-ching alias Wen Ge o ”Brother Mosquito” (蚊哥). Me hospedé en el Grand Hotel de Taipe mientrás indigaba en mi laptop (propiedad del sindicato de crimen al que pertenezco, y ha de mencionarse, me dijieron al soltarmela, que puede ser confiscada en cualquier momento para ver que mamadas ando wachando. Yo nomás me le quedé de wachas al pinche mastadonte que cuidaba el almacén donde se guardan las cosas robadas diciendole, no seas mamón hijo de tu …, pero en la mente off course) como chingados es que mis jefes tení­an relación alguna con Wen Ge.

Mi sorpresa no se dejó esperar. El rincón de la capital de mi estado tiene un historial tan negro como el de Tijuana o hasta peorcito. Sus raí­ces negras y oscuras se remontan a la era de la prohibición gabacha de la decada de los 1920’s. Estos últimos tení­an túneles que iban de un lado al otro de la frontera para contrabandear licor a los EEUU y dentro de los túneles, según va la historia, tení­an antros de opí­o que ellos mismos controlaban. Aparte, controlaban todo una sección de la capital del estado ahora denominada como la Chinesca. Mis jefes, con sombreros norteños, platicaban de las Tong guerras que suscitaron una ola antichina allá por 1920 pero que, orgullosamente decí­an, aquí­ se la pelaron compa. Ahora los caracteriza la discreción, no hay ni quién diga pí­o de ellos pero creo que me salgo del tema. Conocieron a Brother mosquito por medio del gobierno Kuomintang. El partido de Sun Yat-sen tuvó bases en Baja California y es por eso que estuvé en Taiwan, aunque es menester recalcar que muchos clanes de las trí­adas locales sospechaban de un hombre con facciones occidentales caminado entre tanto oriental, así­ que más de una vez tuve que presentar credenciales para evitar putizas y malas miradas.

So lo tuve que retar y cuando le dije, – Gíüero, pasame otro pero sin cilantro – fue cuando le propiné un madrazo en la pura jeta. Tengo un puño bien huesudo así­ que ya sabrás compa. El vato ni respingó. La clientela nada más absorbió un aire de incredulidad y al ver que el Gíüero no reaccionó siguieron en su rollo pero despidiéndose del show, se abrieron al ver mi intención. Mis gafas negras cubrí­an el asombro. No podí­a creer que le estaba partiendo en la madre a mi héroe. Ordenes son ordenes. El vato ni se perturbó. Siguió asando carne y en su mundo. Dí­ el reporte y me asignaron otro rol, pasé la prueba, sabí­an que el Gíüero era compa estimado. Mi compañero de oficio me informó, más tarde, que el Gíüero fue internado en un hospital psiquiátrico porque se destrampó y empezó a vender tacos de perro.

Lo curioso es que al año de aquel golpe supe que el Gíüero los habí­a quemado con unos millones de dólar. Un dí­a de descanso, al entrar al Dandy’s me dijo Refried Gringo, – te mandan saludos desde el Paraiso – . Era una tarjeta postal. El Gíüero mandaba saludos, yo nada más alcanzé a dibujar una sonrisa, pinche Gíüero, tení­a que ser de Tijuas y de la misma col.


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