El Gíüero taquero de la quinta el Malecón

De las tragedias más inusuales en Tijuana se encuentra la del Gíüero el taquero de la quinta el Malecón. Hoy por hoy el vato se mira apacible, pero no lo hagas enojar por que se destrompa, su cerebro acabado por el cristal, la coca, las trasnocheadas, las locuras de tres a cuatro semanas dependiendo del tiempo y lugar del año han dejado trastornado un ego que se sentí­a toda una verga el gíüey pero de vergas nada tení­a. Yo lo conozco y su pasado me impactó tanto o más que a él, pero él era famoso y yo no. Era DJ de varias discotechs como le deciamos los morros en aquellos entonces. Tocaba discos y era muy sakkunnig como dicen los suecos, sabí­a su música y poní­a discos como el viejo programa Complacencias y sacaba sus b-sides con sus amistades í­ntimas. Se sentí­a tan in que cuando portaba sus gafas negras no habí­a mejor compañia in que él. Me cae, a mí­ me tocó andar detrás de él once y órale, fue bien de aquellas. La raza namás wachaba bien acá, me cae sí­ no. Su familia era una de las más viejas de Tijuana, dinero viejo como le dicen a las familias de billete. Han pasado más de 15 años ya de aquella juventud rebelde y la conciencia del Gíüero el taquero está tan negra como la carne asada que cae en medio de las tortillas de maí­z que usa para despachar sus tacos a la plebe del malecón en playas. Su familia le puso el negocio ese sobre ruedas para que no estuviera dioquis en la casa. Muchos caen nada más para ver si le pueden arrancar una memoria o dos al Gíüero pero nel, nada más salen ordenes de tacos. ¿Con guacamole, salsa y cí­lantro maestro? y hasta ahí­. Su short term memory es lo único que funciona, quizá para lo mejor.

La neta el vato era famoso porque tení­a pegue, y contactos, muchos contactos y es que atraí­a a muchos otros contactos, pero de los malos, poquiteros, menuderos, rolaba la mota, la mois, drogas pesadas y de moda. Todo a sabiendas de él y hasta en veces, sin saberlo, dí­as ni se preocupaba quién era quién, saludarlo y recibir el saludo de retacha era sinónimo de estatus. Yo lo reconocí­ de reojo en San Diego, 4th and 5th cuando se podí­a comprar poppers en las tiendas pornográficas del downtown sandieguino. Mucha raza joven de Tijuana termino perdida gracias a él, por querer ser como él. Yo fui uno de ellos, más a no ser porque el destino me deparó otros lares yo estuviera quizá hasta de achichincle con él, despachando tacos o quién sabe qué.

Lo curioso de tener dinero en Tijuana es que sólo invita a la decadencia. La decadencia en Tijuana empieza de muy temprana edad, el sexo a morir, todos beben, todos hacen una lana, todos se encuentran en ese vortex del sobreabuso que nadie se da color de lo que los demás hacen. El bien se nota cuando alguién cae preso, termina en los deparos judiciales o acaba por matarse por ahí­ o es ejecutado. El mal-bien se nota de otra manera. El dinero rifa, es cuando hay chance de salirse librado de todas a todas, ni los cuicos federales te hacen algo siempre y cuando la lana role, así­ pues, fue con el Gíüero el taquero de la quinta del Malecón. Nunca lo tronaron, en cuanto lo torcí­an siempre habí­a quién lo desafanara. Tení­a poder.

– Dame dos con guacamole, salsa y cí­lantro por favor Gíüero.

Me clacha, no sé si en el fondo de su ahora alma inocente logre reconocer al morro aquel que lo admiraba tanto, quizá fui uno más del montón de raza que lo seguí­a por doquier. No mata ni una mosca, ni siquiera las que deambulan por los dientes de caballo o por los humos del carbón.


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