Es curioso cómo es que llegan las historias al barrio. Llegan como las mañanas, silenciosas como la misma rutina.
A mi ya me da miedo mi barrio, pero ellos me miran como aquel que pudo salir del barrio y que regresa y se queda con ellos, aquel, que a pesar de haber visto todo lo demás no se olvida del barrio y se queda
Son historias, relatos de supervivencia, historias de haber podido y salirse con la suya y sobrevivir, sobretodo, sobrevivir.
Conozco el miedo, lo huelo, pero lo curioso es que el hedor me resulta raro olerlo entre los mios despidiendose de mi, ellos me huelen, estando ahí, siento a la vez su hambre por bajarme todo lo que tengo, o sea nada, y a la vez siento la admiración que me tienen por tenerlo todo y nada a la vez
Son cuentos, quizá exagerados por estar contandolos pero no por ello falso. Son historias de ganar, pequeñas historias de triunfos alternos, de triunfos que el rico y sus lujos moralistas, sus discursos de lo bueno y lo malo no aceptaria pero que un sujeto que de eso hace vida sí lo comprende.
Escucho, atento, como aprendiz, como lo hacía en mi juventud, como lo hacía apoyando sus actos y la desesperación que los llevó a hacer eso, sus actos, sus deberes, para conseguir dinero para sobrevivir la ciudad. Me entran las ganas de ser el vago aquel que una vez fui, ¿lo seré todavia? Y se me va la imaginación en dirección hacia aquellos días, mientrás, mis ojos miran al tatuado, un sayo nuevo al terre, su piel morena me alarma, su ojos negros hurgan mi alma, su voz wachandome a ver si me como el verbo.