Yonder Lies It

Querida Soledad

Por estos dí­as escucho mucho música sueca, música indí­gena, música que a ti te gustaria de seguro porque es un canto que se da a la madre naturaleza y sienda la madre naturaleza sola pues algún parentezco han de tener tu y ella. Hoy pensé mucho en ti. Estuve encabronado contigo, fue en un cafe sueco, de esos tantos que llevan el nombre de Konditori, en una estación de Metro que se llama Kí¤rrtorp. Mí­stico, como sólo la mitologí­a sueca puede logralo, me gustó mucho el lugar de por cierto. Sé que estuviste observándome de cercas, sentí­ tu presencia mientrás sorbeteaba mi cafe de cafetera cuya jarra estaba a la mitad y que daba vistos de tener ahí­ más de cinco horas en esperas de que alguien se sirviere de su liquido negro, ese fui yo. Miraba los detalles del lugar, cómo el puente pasaba directo arriba de la konditori y cada que pasaba el Metro el negocio producí­a el ruido del paso del Caballo de Hierro como mis antecesores Apaches le decí­an al tren. Vi el graffitti de los jóvenes del barrio por todos lados y a una immigrante desvalagada cuya mirada me contó montones de tu compañia en tierras escandinavas de sólo un reojo que le di mientrás agarraba un periódico local de esos que se dan gratis por las estaciones del Metro de Estocolmo. La gente salí­a y a la vez subí­a a prisa a coger el tren a sus respectivos destinos mientrás que el inspector de billetes, que ojeaba con detenimiento la fecha de los boletos a ver si correspondí­a a la fecha de hoy, les detení­a su curso en seco. Wachaba gente rarí­sima y con costumbres de saludos interesantes y vestimentas que aún me causan sorpresa por la ventana en la konditori que daba a la entrada/salida del Metro. Se escuchaban ruidos dentro del negocio pero no les poní­a deparo.

So estuve pensando en ti y cómo es que me acompañaste esa vez en el Puente de San Francisco, el Golden Gate, aquella navidad de 1987 al cual ninguno de mis primos quizó acompañarme a ir a ver, estaba emocionado, so agarré un bus y me large desde Redwood City hasta San Francisco. Querí­a ver esa maravilla y era la primera vez que mis ojos te veí­an a mi lado y la primera vez que sentí­ cuan cruel eres como compañera mientrás que las risas de amigos y parejas que deambulaban cerca de mi se tomaban fotos, compartí­an la emoción de estar ahí­ con sus sonrisas y que agregaban algo al paisaje de esa enorme estructura de fierro anaranjado que dotaba a la Bahí­a de San Francisco con algo único y sensacional, universal. Fue algo increible, verte a mi lado, teniendo ese puente tan grande como trasfondo a la vez que las risas de los demás me llenaban los oidos de sus compañias, y tu, tu tan callada, invisible como si no hubieres estado ahí­ conmigo, ni quién nos viera juntos.

Se que eres mi amante más fiel, me sigues por todos lados y contigo tendré que lidiar para siempre, Soledad, dejame decirte esto: Te odio.


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