Leer: Lucia Prefacio
De hace mucho tiempo que se antojaba una situación así. Acompañada de los ruidos de la ciudad y el silencio que entró a su vida hace meses se dispusó a leer. El calor del fuego le calentaba los pies y la luz del cuarto se intensificaba al paso que la noche teñía el diurno de una oscuridad nueva para ella. “It is the mystery of the secret that we fearâ€. Leyó esas palabras que acaparaban la totalidad de sus cinco sentidos y que en retrospectiva hayó curioso que la vista en esos momentos de lectura sólo tenía ojos para las letras del libro, fundiendo letras con ojos en una sola entidad, (intidad sonoría mejor pensó), y quizá el charm de esos días de vivir sola. La piel morena de sus dedos largos y delicados se movían con delicadeza por las hojas del libro, hasta que cayó rendida por la lectura. La fusión de los pensamientos ajenos que la hacian explorar ideas desconocidas y que le despertaban en su conciencia nuevas maneras de ver el mundo occidental terminaron por cerrarle los ojos hasta caer en sueño sin el menor esfuerzo. Su cabellera larga y negra recaía por el costado del divan púrpura mientrás los truenos de la madera soltaban chispas al rojo vivo.
Una de las cosas que más le gustaba a Lucia de su nueva vida eran los amaneceres, sin resaca, o cruda como le decían en México. Extrañaba su viejo rancho, de primero Madrid era lo mejor, su vida nocturna sin igual, hasta que sin saberlo le cansó. El aire fresco venía acompañado de copos de nieve y al abrir la ventana para ver como se veía el día Lucia se dejo acariciar por el fresco matutino, se le subió el calor de las venas a la piel de sus mejillas. El silencio de las mañanas era diferente al de las ncoches. Hay un inició, algo nuevo en el medio ambiente que la noche no tiene, ¿o sería quizá que el entusiasmo de aquellas noches que dejo hace mucho también le producían la misma intensidad? No, imposible, el silencio de las mañanas es menos intensificante, más si hay rutina de por medio, sí, es refrescante ver el aura de las mañanas. Lo que pasa es que antes no veía las caras descansadas de la gente, concluyó, hasta que sus pensamientos se vieron interrumpidos por la caida libre del periódico al suelo de madera y que al escuchar el abrir del buzón de la puerta se dio media vuelta para ir a recojerlo, detrás de sí dejaba las huellas húmedas de sus pies marcadas.