El restaurante esta lleno de gente, se oyen constantes ruidos de vasos brindando, hay una fiesta al fondo y mucha gente fuma, Estela y T se paran en la barra un rato y después pasan a sentarse, se acomodan los dos y T escucha a Estela hablar.
– ¿Sabes? Ando un poco triste hoy.
– ¿Y eso gorgeous?
– Unos niños derrumbaron accidentalmente un cerezo que teníamos atrás en el patio, estaba viejo ya.
– Oh, sí, ese que te dije que me recordaba a un Bonzai gigante, vaya, qué lástima ¿no?
– Sí, casi lloraba pero me gano más la tristeza, no sabes cuanta alegría me daba ese árbol, lo adoraba y me brindaba mucha felicidad durante el invierno y las pocas cerezas que aún daba eran exquisitas amen de el esplendor de sus flores anunciando la primavera. Lo extraño, siento mucho su dolor, ¿sabías que los árboles chillan no?, sabes, a veces cuando volteo a verlo me percato que aún esta ahí, su espíritu, lo miro y me falta su presencia. Es como esos casos de amputados, que te juran que sienten aún sus partes perdidas, así lo siento yo T.
– Una vez teníamos un abedul por la casa, alto, altisimo, me daba lata durante el otoño pues había que recojer las hojas y por lo general lo alcanze a odiar más de una vez. Lo curioso es que me daba tanto ese árbol, sabes, cuando soplaba lo suficientemente fuerte el ramaje del árbol sonaba como si fueran olas de mar, sonaban a olas estrellandose en las rocas y me transportaba a Tijuana, me daba la sensación de estar ahí y siempre me ponía de una manera, por carecer de mejores palabras, en un estado de inspiración profunda por la vida. Pero creció tanto que se tornó una amenaza para el vecino, lo tuvimos que derrumbar y aún siento ese árbol, lo veo y veo que me falta, y sé que aún esta ahí aunque le de más luz a mí vecino, lo extraño, so te comprendo cielo.
– Sí, son únicos esos entes.
[ambos callan y dejan que los ruidos del restaurante inunde sus mentes y se alejan, ambos, parten a los rincones más recónditos de sus mentes que ni este escritor alcanza a ver lo que piensan]