Carla no está

Se miraba escurrir el agua por la alcantarilla, se escuchaba bien el ruido del agua deslizándose por el asfalto. El cartón de un litro de Leche Jersey sirvió como botecito, esos eran los barcos de los niños qué jugaban cerca del riachuelo urbano que corrí­a por la calle, lloví­a.

Antonio pasó mirando el movimiento del barco y como este se moví­a con la corriente que el agua llevaba. El parlar de los niños se oí­a alegre. La lluvia era ligera, del recien iniciado estí­o. No daba chance de desaprovechar, so los niños jugaban. En los dos minutos que pasarón antes de llegar al apartamento A-23 del pasaje Montesa se alcanzó escucharse a una madre gritar: ”¡Qué te metas Carlos, te va a dar una pulmoní­a así­!”.

El paraguas que traí­a era largo, piantino, de 10 varillas, negro, un Luigi D’or. Lo traí­a cerrado, iba directo a su destino, y las manos eran morenas, vibrantes, así­ como si brillaran, el agua las hací­a relucir más, su paso dejaba un olor a fragancia de coco, mientrás que sus zapatos dejaban resonar sus pisadas produciendo un eco que el pasaje retumbaba.

Habí­an pasado dos meses de aquel encuentro, desde entonces no sabí­a nada y él querí­a saber sí­ hubo algo más después de aquella noche del 13 de Abril.

Fue una fiesta, las cervezas corrí­an libres, las risas y carcajadas hací­an cimbrar el ambiente de alegrí­a, era cumpleaños del Neto y su casa revantaba de gente. La vió platicando por primera vez junto a Cassandra, se le hizo una mujer excepcional por la sonrisa que soltaba a la vez que doblaba el pie derecho hací­a atrás, sostení­a una copa de vino, era alta, de pelo castaño y voluminoso, con un vestido sin mangas que le llegaba casi a las rodillas, de un color azul que daba a un azul púrpura por la lámpara fluorescente. El escote le atraí­a, sus senos se le hací­an voluptuosos, dejaban ver unas lí­neas que le realzaban los senos suculentamente. La atracción era intensa. Ella traí­a una pulsera de plata en la muñeca izquierda que relucia un esplendor puro en la tez bronceada. Tuvo que preguntar qué tomaba, querí­a saber un poco más de ella, se llamaba Clara Lucero, así­ que cuando supo que se trataba de un LA Cetto el que preferí­a, no dudo en pedir uno igual al de ella precisamente cuando pasaba a saludar a Cassandra.

– Hola Antonio!

– Hola Cassandra, ya te habí­a mirado antes, disculpa, ¡oye! ¿Me das una copa de Nebbiolo RP por favor? Oye, hace mucho qué no te veí­a Cassandra, ¿qué tal? ¿Todo bien?

– Sí­ Antonio, ¿cómo estás tú? Deja te presento a mí­ amiga.
– Clara, este es mi amigo Antonio.

– Hola Clara, mucho gusto.

Se le acerco y le dio un beso en la mejilla, le causó una sensación carnal, afable, su perfume lo mando por segundos a mundos desconocidos, se perdió en la fragancia.

– Mucho gusto Antonio. Al sentir Clara el beso, sintió el calor de los labios de Antonio, y el contacto de su piel le causó extrañas emociónes.

La conversación no tardó mucho en tratarse de dos personas y la noche, con su transcurso tan rápido dejo atrás el reloj y sus ritmos mecánicos, el ritmo paso a uno de cuerpos, se lleno de gente sudorosa y energética, se bailó y el alcohol, la felicidad, producieron calor, amor, sexo, extasis.

Ya para cuando Antonio tení­a a Carla a su lado eran las 3 de la madrugada. No hubo necesidad de muchas palabras, los ojos de ambos se vieron bien, sabí­an a qué iba esa noche. Antonio tení­a dos años llevando una vida sin mujeres, su última relación lo habí­a dejado vulnerable y las mujeres durante ese tiempo se volvierón las enemigas pero de meses acá un sentimiento animalistico lo invadí­a. Pensaba más en ellas.

La fiesta era la primera vez que salí­a a divertirse, las heridas de antes lo hicieron sensible, y sabí­a lo que querí­a, y que lo que pasarí­a, pasarí­a. Carla platicaba. Su voz al paso de las copas se hací­a más agradable con ritmos cada vez más encantadores y sus risas enloquecí­an más a Antnio que el vino.

Compartieron una mesa con Cassandra un rato más pero después Cassandra sintió que salí­a sobrando, Carla y Antonio dejaban ver muy bien el paso de sus manos y los cursos de estas en sus cuerpos. Se les veí­a en la cara además y las sonrisas que Carla soltaba en la conversación que ambos sostení­an, era imposible no ver que tení­an algo en común, un secreto divulgado por las señas que sus cuerpos emanaban. Antonio le puso la mano en la pierna a Carla bajo los ritmos de Twin, A New Day, sintió la electricidad recorrer su cuerpo cuando la piel de Carla tocaba la palma de su mano. Le recorrió hasta la rodilla y después hasta el borde del vestido Azul, se excitó y se le veí­a en el pulso en sus pantalones, no le importó si se le veí­a o no, estaba excitado.

Las risas seguí­an, ellos también pero más en serio, las copas y los besos hací­an de aquella fiesta un mundo ajeno al de ellos, el tiempo, el ruido, el espacio, quedaba en segundo lugar, sólo existian ellos y el sabor que les dejaba el roce de sus labios, el jugueteo de sus lenguas, saliva y las manos que exploraban el misterio de ambos.

***

La cama del Suite era queen y Antonio se dejó caer en ella. Clara miraba entre risas y la intoxicación del deseo, como Antonio no ocultaba sus ansias carnales. Le dijo ven, y él se dejó caer en el cuerpo de ella ligeramente, primero sus piernas, después su torso, después un beso más, como desciende la neblina a veces a la tierra, sutilmente.

La ropa cayó, prenda por prenda, Clara y Antonio estaban desnudos y sudando, los senos de ambos se juntaban al juntarse sus labios. Antonio sentí­a el calor de su cuerpo consumirse como un animal en brama, tení­a mucho sin soltarse tanto como esa noche. Antonio le recorrió cada poro del cuerpo de Clara. Ella sólo soltaba gemidos, aumentando más el placer de Antonio.

Ella, le paso sus labios por su cintura, y le seguió horizontalmente por el ombligo con sus labios empapados de saliva, le causó un inmenso placer que le hizo doblegarse, no pudo seguir sintiendo sus labios, en esa parte tan sensible para él, el dolor era demasiadamente gratificante, el placer tormentosamente excitante. Carla le mordia las orejas y le pasaba su pelvix por las piernas mientrás le miraba con ojos de hambre sexual.

Antonio se sintió libre, amo mucho, vació sus ganas de muchas maneras y Clara le seguí­a el ritmo, eso le gusto, era una especie de danza cósmica y la sinfoní­a que el cosmos tocaba hací­a que los cuerpos de ambos se movieran en un sólo ritmo, no hubo muchas palabras, sólo gemidos de placer dolor y el sonido de piel sudada al latir del placer.

Al llegar a la puerta tocó. Sonó varias veces hasta llamarle la atención a los niños. No contestaban. Se le acercó un niño, preguntó:

– ¿A quién busca señor?
– ¿Busco a Carla, sabes dónde está?
– No, se mudó hace un mes, Carla no está.


Technorati Tags: , ,

Lämna ett svar