– ¿Nunca has sentido uno en ti?

– Sólo con protección.

Me le quedo mirando. Ella era una mujer muy guapa, de 23 años, de pelo rojo y ojos negros. El amor era un plastico en si. La conocí­ bajo circumstancias de esas espirituales donde de repente alguien mira a otra persona con cierta medida de autoridad. Me buscaba sólo para platicar, y aunque se reí­a de mis ideas apáticas sobre la vida me tomaba en serio. Sí­, estoy grande ya, pero no tan viejo, la gente más joven, para ellos ya soy un Don. Hablabamos de sexo y le causaba risa como hablaba de ese menester cotidiano en la vida de un ser humano. Le decí­a, palabras más plabras menos que el sexo para mi era un labor al que ya no estaba tan dispuesto a laborar.

– ¿Por qué me miras así­?

Me preguntó con su sonrisa tí­pica como queriendo que la hiciera reir más. Su generación era una generación que creció bajo los miedos del SIDA y la sobreeducación les inculco que más vale seguro que duro y tieso bajo seis metros de tierra. Yo nunca me imaginaria una relación sin haber sentido a la otra persona lo suyo entre lo mio, así­ pelón a pelón. Ella, en cambio, su virginidad fue expuesta a un condón poliuretano lubricado para hacerle sentir la sensación más real, granulado para que la piel de su intí­midad sintiera los efectos de un momento artificial casi igual al de la realidad.

– ¿Qué se siente hacer el amor con un condon? Le pregunte.

– No sé, un poco raro, quizá, pero nunca he sentido otra cosa, ¿sabes?

Yo seguí­ con mis payasadas apáticas, la verdad es que me estaba poniendo nervioso, nunca habí­a pensado que algo pudiese pasar entre ella y yo, y ni entretuve la idea de que algo pasara, la verdad, yo sí­ estoy apático con el amor pero porque mi sociedad me tiene saturado con tanta alusión al sexo mas se me hizo triste saber eso, que nadie la hubiere tocado, yo, de esos menesteres sé de más, broncas, heridas y discusiones me sobran para dos o tres novelas para contar y todo porque hací­a el amor sin protección, ella sin embargo, todos son sus amigos y discusiones y obsesiones no le faltan y se le hacen una exageración de peliculas cuando se entera de ello por los medios electrónicos. Qué sensación.

Estabamos a punto de comer, era pechuga de pollo bajo una salsa colorada con vino blanco en vez de vinagre, yo traí­a una botella de vino rojo para la cita. La conversación tomo sus rumbos pero mis sentimientos aún estaban aturtidos de esa verdad que no parecia verdad si no un cuento hecho para estos tiempos modernos. Me fui a dormir después de la amigable cena, pensando en ella y como es que su vida í­ntima era; como a veces la humanidad no tiene sentido.

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