Cada vez que me pongo crudo-infirmis me asalta el momento, este es el momento adecuado me dice mi voz al percartarme de su ausencia, de la fallida profecía esa que me detiene dejarlo de una vez bien por todas. Mi voz es de esas voces que me alientan a procurar por mi bien de vez en cuando y que más de las veces tacho de irreales sus buenas intenciones por no decir desquiciadas, es óptimo, insiste mi demasiada seria voz, quisiera tomarme en serio y hacerlo, mas no lo hago, me sé, me contesto. Y es que de repente la costumbre esa que pienso que me aqueja cotidianamente cesa, y no es costumbre, yo pienso que es mera psicología de mi parte el querer hacerlo, un vicio que simplemente no esta ahí. Yo no soy vicioso, por lo menos no uno confesado, admito que tomo más que hace un año atrás mientrás que el vicio que mi sentido de culpabilidad de Luterano fronterizo, Católico de costumbre y ateo ante la sociedad me recuerda de vez en cuando, como en esas mañanas recuperatativas, Ahora! Me rio, me mofo, y es que no es más por vicio que por sociabilidad.
El cafe tiene raras entradas bibliográficas en mi vida, recuerdo su sabor al sentir ese liquido mezclado con lactante, me gustó, sin azucar su sabor a mis escasos 5 años en realidad la primera tentación prohibida permitida y no defraudó, gustó.
El café no tiene las mismas propiedades en California como en Tijuana. En Tijuana el café es tomado para conversar, para disfrutar, para beberlo.
De seguro fueron las leches de saborcito del 7-11 los que me engañaron, después no supe ni cuando cai en la trampa gabacha esa de tomar cafe para despertar bien para entrar en chinga al jale. No supe ni como fue que lo agarre de costumbre para trabajar mejor, una droga inofensiva para producir más, para verte ‘trabajando’ con gusto.
Ahora estoy en otras tierras, donde el café mezcla lo Californiano con lo Tijuano: Se disfruta, es tema de conversación y la gente tiene la cultura que se llama fika. La gente fika, se hacen citas para el fika. Uno fika como si fuera cita de negocios, para negociar la vida, para negociar el día.
No sé a que se deba ese deseo de querer deshacerme de él pero lo deseo inconscientemente y lo celebro cuando se me pasa la temida hora, para después darme cuenta que me hace falta un café, quizá se deba a ese fruto prohibido que uno ve de niño, que la infancia observa todos hacen, que desea ser parte de esa sociedad.