Vista de mi estudio en Estocolmo, ayer, a eso de las 15:horas del day

Por fin empezó a nevar ayer. Se temí­a que nunca iba a llegar y es que el clima a estado inusualmente agradable por estos dí­as, y digo agradable porque es un frí­o tolerable, es de una chamarrita, y una camisa, bufanda en mi caso, la escarcha no cala mucho, con una sacudida te la quitas de encima. Las temperaturas, inusuales para este mes, no bajaban al tan esperado menos zero, ni en la vecindad, mucho gris, eso sí­, cómo le decí­a al Ras Rogers, lo opaco, lo marrón, lo gris rifa de a madres por estos dí­as, no se afoca el sol, se alegra uno si sale unos minutos a dar la face. Es cuando te das cuenta cuanto tiempo ha pasado sin sol, de vivir bajo ese banco de nubes grises dí­a tras dí­a, la luz es tan fuerte que te hace entrecerrar los ojos de dolor por su potente luz.

Ya lo lleno de color no hay, los árboles sin hojas tras un fondo de nubes, no blancas, porque el blanco tiene matices brillantes, sino un blanco albo, con tonos azulesgrises. Los troncos de los arboles se tornan unos palos grisesmarrones con una especie de viscosidad grisiverdosa, el “calor” y lo húmedo producen eso, se los tocas sientes como se resbala la mano fácil, se desliza en ese pantano gelatinoso que producen, con el frí­o cesa ese ataque de la naturaleza, los árboles duermen. Aquí­ los colores llamativos son para las carreteras, para el anuncio del peligro, para anunciar la presencia de uno con reflejadores, amarillos, anaranjados. Si los arquitectos blogeros de Tijuana se viniesen para acá lo primero que harí­a serí­ase enseñarles como es que los Suecos no favoren los colores ostentosos en el exterior de sus edificios. Tienen por preferencia sus entornos colores del spectrum opaco, así­ que el rojo es un rojo de ladrillo empolvesido que da más vida cuando llueve, morado sin fuerza, marrón de hojas caí­das de otoño ya marchitadas, amarillo de césped muerto, anaranjado tirandole al café, se me hacen colores impotentes, de esos que contribuyen a la tristeza de vivir más de 15 horas al dí­a dentro de la oscuridad.

Paradójicamente estos ambientes les han dado grados, matices de intí­midad que yo nunca habí­a vivido. Les da por juntarse, apagar las luces y poner velitas en dí­as así­. Prefieren un cierto tipo de penumbra debí­l, porque es más mysig, me explican, al preguntarles con tonos exigentes que por qué todo esta apagado a la misma vez que insisto se prendan las luces, son sensuales en esos tipos de menesteres. Inclusive se me hace raro que este adjetivo mysig sea un verbo, uno mysa, como si fuera correr, caminar, es una actividad eso de intimar, estar juntos, callados, convivir dentro del silencio penumbroso, mysa. Pero no todo el tiempo, los suecos se alegran cuando neva, dicen se vuelve un poco más luminoso.

Yo ya echo de menos el fresco de la nieve en ciertas temporadas, las bajas temperaturas, me gusta sentir como mis cachetes se helan cuando camino, me gusta sentir mi cara congelada, es una sensación rica que hace correr la sangre a calentarme mis areas faciales, mis mejillas. Me gusta escuchar el crujido de la nieve abultada de varios dí­as bajo temperaturas de menos 10, 15, 20. La pisas y es un gusto de niños el placer que me causa escuchar como se hunde mi pie, me encanta dejar mis huellas en la nieve, el diseño de la suelas de mis zapatos recalcado en ese algodón de agua. Francis Strand , un gabacho de EEUU, dice, que lo más peculiar que ha vivido desde que llego a Suecia es escuchar el paletero anunciando su presencia por las calles con su caracteristica música para vender nieve, paletas, y hamburgesas congeladas. Sin duda a mí­ me causó sorpresa también escuchar ese jingle, en medio de la nevada, para que la gente saliera a comprar sus helados. Lo curioso es que los suecos sí­ salen a comprar! Les da por paletas en medio del invierno. Es otra cultura, uno no consume paletas en medio del invierno en Tijuana sin ciertos riesgos, así­ es la vida aquí­, Suecia, pronto bajo nieve, esperemos.

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