El Angel tiene un cuento bien chingón y no es que le este haciendo la barba al gíüey ni nada de eso pero es que me deja siempre riéndome o impresionado de como detalla sus posts lo que son unos carbones bien pulidos que dejan translucir un prisma brilloso. Este último post me dejo confirmado que su vocación por Kafta pasó ya de la mera admiración a el hecho real de la aplicación. Amazing. Dang, I mean, dang! Go read it now!
Y chequeando la recomendación del Sonoroense de beautifulville que cubre el frente aquel desértico vendiéndole chamarras de piel en abonos a cualquier incauto que se deje masajar por el lingo de ese hombre, chequeé el link que recomienda chequeemos nosotros los incautos en su tagboard de tanteos y me encontré con una foto que me hizo recordar mi primeros días en el exilio aquel que tomase yo un día Febrero, allá por el 1987.
Be back, tengo clases ….
Ok, back, tenía algo que escribir en sueco y eso me lleva una eternidad en hacer, la metalingíüística me mata en esos menesteres … en fin, on’daba? Oh, si, en eso de la foto …
Mi único deseo siempre han sido los libros, por eso aquel día en la biblioteca del colegio Cañada College en Redwood City, California me hizo casi vomitar al ver tantos volumes disponibles al público, la inmensidad de los volumenes de aquella modesta biblioteca me inundo con el potencial de saberme poder y tener al alcance todos los conocimientos de la humanidad a mi disposición. Y es que fue una sensación abrumadora, ya que después de haber pasado cuatro de los gloriosos años de mi juventud, de los 15 a los 19 dedicados a nada más que la vagancia, las drogas, el sexo, la diversión, cárceles y demás confrontaciones institucionales y dejar bien fichadita mi presencia en Tijuana mi antojo intelectual se vio liberado por fin, de tanto haberlo suprimido y de vez en cuando satisfacido con revistas como Duda, las pocas migajas que le aventaban a mi intelecto no eran suficiente. Así que al recorrer los pasillos de la biblioteca esa y los tomos tras tomos de libros con las yemas de mis dedos, el inmenso placer de la seguridad, que esta vez mi cerebro podía por fin satisfacer esas curiosidades de la vida, se sintió sobrecogedor, fue un placer desbordado. Y no es que en Tijuana no hubiera bibliotecas en aquellos entonces, la de mi alcance era la del Parque Teniente Guerrero pero en esos años o estaba siendo renovada o estaba sólo abierta a horas indecentes para un adolescente como el que era yo en aquellos, o sea en la mañana o temprano en la tarde ya para cuando me levantaba pues estaba cerrada y cuando me detenía a ver su interior me sorprendía y daba envidia ver a los estudiantes de secundaria, usualmente los de la Altamira, dándolo duro al estudio. Usualmente me detenía el miedo, pues mis fachadas decían ”vago” y casi no pasaba, y si pasaba sólo cogía los tomos con mis manos para sentir los libros en las palmas de mis manos lo cual siempre me daba un placer de sentirme un poco casa.
Me mareo tanto pinche libro, y gratis.