Afeitada

Lo más óptimo serí­a una toalla de mano, de esas de la Nordstrom, o bueno, ya de la Mervin’s, o si no de jodidillos una de la Sears. No muy grande, que quede como guante, pegada a las facciones faciales del usuario. Se remoja en agua herviente, y despuésito de unos minutos, bien empapada y aún humeando, se pone en las mejillas, que cubra hasta la nariz, por unos minutos, dos a lo mucho. Eso hace que la piel, con lo caliente y húmedo de la toalla, remoje y suavice , ejem! el cutis, lista para rasurarse, se puede utilizar espuma para deslizar mejor el rastrillo, lo mejor serí­a hecha de jabón para afeitarse, se hace espuma y de preferencia espuma tibia, se unta. Lo ideal es afeitarse de arriba para abajo pero como cada hombre tiene una tez diferente, el uso del rastrillo y sus más aptos movimientos es del criterio de cada afeitador. La combinación de esta antigua y ya pasada de moda manera de rasurarse es que lo deja a uno muy bien rasurado, la piel queda suavecita y casi no hay señas de sensaciones irritantes. Produce un corte muy al ras y queda uno fresco.

Pero no.

Yo utilicé una tina de plástico, y un rastrillo del año del caldo, o sea de mi niñez, si, de esos famosos rastrillos que utilizaban una hoja de navaja Guillette, de esas mismas que antes estaban de moda con los potenciales suicidas, ahora no sé que esta de moda entre esos pero eso no va al tema. Hoy por hoy los rastrillos sólo vienen en una pieza, o dos venga. Los antiguos vení­an en cuatro. El armazón que consiste en un sostén que es tubular, de metal, usualmente con diseño rayado para un mejor sostenimiento, de tamaño chico, si a lo mucho algunos 7 ó 8 centí­metros ya armado y un cierto tipo de casco de dos piezas donde va la famosa hoja de navaja. El agua estaba frí­a y mi piel dura. Nunca antes habí­a utilizado un rastrillo así­, así­ que tuve que aprender rápido. Me pasaba el rastrillo, y el ruido de la hoja fina de metal, raspaba con los vellos faciales de mi cara aun duros, recios y cortitos como si estuviera raspando fierro, se escuchaba claramente el retorcer de la hojita de Guilette al paso de mis vellos. Más no me atreví­a a empujar la navaja, la enjuagaba y no se veí­a rastro alguno que me hubiere cortado tan siquiera un vello para consolar mis esfuerzos y valentí­a de haberme atrevido a afeitarme ansina. Tuve que que empujar el rastrillo más profundamente de lo que estaba haciendo. Le di el jalón, y si, agarro un buen wuato de pelos negros y chiquirrines del pescuezo, cerca de la manzana: ¡crasz! chacatelas, con ruido y todo pero agarraba bien y bonito los vellos indeseados. Y va el otro. Al fin, le saque afeitarme por el labio superior. Mas tení­a que, pos ni modo de andar todo afeitado, dejando sombra de una intención de dejarme crecer el bigote siendo que eso serí­a mentira, y aí­ voy, agarro el rastrillo con todas mis ganas y le doy el jalón, me corté. Y sale la sangre, un puntillo, pero jí­jole, como soltó sangre.

Y todo por querer andar rasurado y es que se me olvidó traerme mi afeitador cuando fui a limpiar el terre de mi ruca, allá por el Oeste de Suecia, por fortuna los ruquitos que antes viví­an allí­ dejaron ese rastrillo para el futuro, o sea yo. Y lo más curioso es que la hoja de navaja se partió en dos, y se me quedó la duda, o una: tengo la piel más dura de lo que me imagino o dos: la navaja de lo viejo no aguantó y posiblemente tres: los suecos tienen la piel más delicada que los Baja Californianos.

Lämna ett svar