Bueno, el otoño empieza a despojar su vestido de verano, adios a los colores fuertes, los retoños que sacaban las sonrisas de su invernadero y las expectativas de ver nacer un flor. El sabor de las frambuesas, las bayas sui generis suecas como las grosellas su sabor aun en mi paladar. El sol brilla menos y el sol se oculta cada vez más temprano. Las hojas de los árboles se tornan amarillas y otras le da a un rojiso que seguro después admirare como un último fuego fulgaz del año en estas montañas del altiplano sueco. Las sombras del solsticio invernal ( ese no se celebra como el solsticio del Estí­o …) asoman sus telas negras al paso de las horas cada vez cubriendo más el cielo de un fondo estrellado por los alucinantes espacios llenos de planetas y demás cosas pertinentes al universo, mientrás, acá, un ente aleja una mirada suya a un poniente no muy lejano, aquí­, tan aquí­, cerca de mi mente, lejos de mi vista …

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