Maceta encadenada: enfrente de la entrada a las torres de Notre Dame

Gabacho francés dialect. gavach: montañes tosco. S XVI – Francés, en sentido despectivo. (Corripio 1973)

Los españoles llevan años diciéndoles así­ a los franceses. De ahí­ proviene nuestro gabacho, esa es la historia de ellos en nuestra lengua. Sin querer queriendo vine a Parí­s a vivir un poco de eso que mis antecestros dejarón estampado en nuestro idioma común o sea, viví­ un desprecio a todo lo que no es francés. Tienen un carácter arrogante, y se sienten superiores y se espera que todo tenga su lugar. Un caso raro siendo ellos parte de la dinastí­a latina nuestra que conforma la familia Latina. Yo no pude pedir una cerveza en la barra, no, tuve que sentarme y casi a huevo, con una mirada rara si hablaba inglés y otra menos dura si hablaba español amén de los precios que hay que soportar por estar ahí­. Es casi un privilegio, te lo dicen con sus movimientos, el estar ante la presencia de uno de ellos. Deberí­a de ser un honor, una honra y sentirme honrado de estar entre ellos, pero no juguemos con la invidualidad porque eso no es francés, sentí­ como si estaba a punto de poner en peligro el empleo del mesero u algo así­.

Liberté, íˆgalité (?), Fraternité (?) Uno de los lemas que más confusión y irritación me causó siendo que ni uno ni lo otro se pronunció abiertamente ante mi visita allí­. De dónde sacarón esa idea francamente no sé porque en Julio del 2003 eso es lo que menos se practicaba en Parí­s, ciudad abierta al mundo con murallas en cada esquina. Se ve luego luego quienes son los nuevos immigrantes de Francia. Los vendedores de agua, los vendedores de tarjetas en la torre Eiffel, los árabes al acecho. El servicio que se brinda en la calle al turista es brindado alas! no por franceses sino asiáticos. En fin, tanto como el problema del idioma y los servicios al turista carecen de un factor importante que a mi parecer se puede encontrar en otros paises: la humildad.

Lo curioso es que la única parte en Parí­s donde sentí­ que sí­ habí­a una igualdad sin pormenores fue en las catatumbas donde los esqueletos no daban para saber si eran asiáticos, árabes, franceses o ingleses amén de romanos, ahí­ todos amontonados sin distinción alguna de clase o raza, fósiles de restos humanos acomodados sin orden alguno y sin respeto cualquiera de sus huesitos. Ahí­ hasta los que los acomodarón se dierón el lujo de explotar su sentido artí­stico, cráneos varios en forma de cruz se dejaban ver aquí­ y allá.

Yo no sentí­ ninguna conexión con Parí­s, no me hallé allí­ y sé más o menos porque, no pude hablar con la gente, no supe sus historias y muchos menos daban indicios de querer hacerlo, claro, con una visita de menos de 4 dí­as no se puede pedir mucho, pero creo que al menos una recepción a la visita pasajera serí­ase más que adecuada. Estuvé en las torres de Notre Dame y mientrás veí­a con ojos sin asombro las casas de los aledaños de esa iglesia donde por cierto México esta bien representado, sólo sentí­ el temor que tal vez infundirí­a una estructura tan grande como lo es Notre Dame y demás instituciones francesas que se encuentran regadas por dondequiera en la gente pobre, que es normal, una historia de reprimidos pues, sentí­ en esas alturas del Notre Dame. El peso de la presión de esos poderes de antaño ante los pobres diablos que antes vivian en esas casa ya viejas del siglo XVI ahora romantizadas como objetos de curiosidad y anhelo de un pasado que nunca existió sólo me causo desconsuelo.

La ciudad se encuentra sobrepoblada, llena de carros y durante mi visita, más turistas de lo que esperaba, idiomas de todas partes, queriendo hacer acto de presencia ante la Torre Eiffel. La gente a menudo pasaba con cigarros prendidos, y las bachas de cigarros se les encontra regadas por donquiera. Los servidores municipales de limpieza dan una buena lucha contra la mugre en esa aldea cosmopolitana que sus ciudadanos ensucian dí­a tras dí­a mientrás ellos mañana por mañana intentan renovar una belleza a punto de extinguirse. Los carros y autobuses de todos tamaños y colores recorrí­an las calles apretadas de Parí­s en una prisa que no entendí­a del todo, hay una cierta batalla contra el tiempo donde la cruenta lid se da en sus ví­as y el sonido de ellos un estruendo casi ensordecedor, los trenvias, con unos rieles malgastados y rechinando en cada parada mientrás la ventanas abiertas dejaban entrar un aire fresco al precio de la paz y tranquiladad del viaje al destino de uno. Las estaciones emanaban no siempre olores agradables pero la gente, eso sí­, si en algún paí­s es permitido sobre perfumarse ese serí­a Parí­s.

::::::::::

Lämna ett svar