Fue todo un rollo, la verdad, sufrió tantas aventuras como yo. Mi pasaporte mexicano es un historial de las mil y una noche, la verdad, todo empezó cuando quise mudarme, alias inmigrar. Nunca en mi vida había necesitado pasaporte, ni cuando nos llevaron al zoológico de San Diego y a Disneylandia de niños en la primaria, jamás, los EEUU para mi era como ir a Rosarito, claro, estaba la cuestión de los migras pero eso era sólo una formalidad y experiencia de saber burlar, cosa que ya traigo en los genes por mi situación fronteriza, se hereda, ¡lo juro!
Antes se requería cartilla para poder tener pasaporte, bueno, por lo menos a varones se les pedía, y mucho más si pasabas los 18. Primer obstáculo, yo intente hacer el servicio, intenté. Para mi el instituto militar mexicano es toda una historia aparte pero dejemos eso para otro post. El caso va a que tuve que recurrir a mis más hábiles instintos de engaño, cosa que en México es una forma de arte al más alto nivel mundial, semos chingones pa’ eso pero puedo decir que pase la prueba, como decían en mi infancia, de panzaso.
Lo primero era irme a Suecia y un pinche papelito no me iba a detener, ténganlo por seguro, prueba fiel de ello es que ya llevo seis años acá. ¿Cómo hacerle? Fue un tema que me duró en la cabeza varios días pero como vivía en San Diego siempre pasaba por la aduana, ahí se me ocurrió preguntarle a agente de aduanas del lado mexicano sobre mi caso y él me sugirió un amigo suyo que trabajaba en la SRE por la línea. Era de darle una lana nomas. Llegué y le pregunté, lo malo fue que me olió a sabueso y me dejo esperando como cinco días afuera de las filas de los muchos que a diario iban/van a esos lugares por sus pasaportes, y al final nunca me atendió ni me hizo el favor. Por lo menos me enteré de que había toda una red burocrática dedicada a esos negocios ilícitos dentro de esas instituciones, cosa que no es mayor secreto en nuestro país.
Después fui con un licenciado homosexual al que todo el mundo conocía, de morros nos invitaba tragos gratis , ya de viejo se hizo buena amistad el señor, una vez lo tronaron por andar metiéndose con menores, o sea nosotros. Ya cuando lo volví a ver, casi 11 años después se lo estaba cargando la jodida, pero la dignidad la traía bien puesta. ‘Si, yo te puedo ayudar, es sólo de soltar una feria’ me dice. Bueno, le solté 200 dólares. Me quemó, o sea que me robo a su manera, lo único que pude recuperar del robo fue una enciclopedia titulada México a través de los Siglos en seis tomos, un libro de Dante, la Comedia Divina, todo viejo y apestoso a miados de ratón, lo cual me pareció muy apropiado encontrarme con ese obra así tan mundialmente reconocida, pero mi orgullo valía más que eso, y claro recibí menos de lo que yo me lo valoré. Lo que la esperanza hace, ¿ven chiquillos?
Falló mi segunda prueba, ni modo, me dije, al Aguaje de la Tuna, de ahí me mandaron a Ensenada. Ahí le explique mi caso a un sardo, el guacho quería chocolates Rocher Ferrer y una lanilla por el favor. Lo hice, pero como que se me disgustó y se lo achaque a que los chocolates tan sólo eran 16, a lo mejor quería más, nomas me dieron permiso para sacar un pasaporte de 90 días, eso después de haber gastado un mar de saliva al cual mi pueblo entero orgullo más grande no puede tener hasta estas fechas, la verdad, aún se habla de mis hazañas de engaños al engañador más grande de México, sus instituciones. Mentí pues y salí rumbo a Suecia con las falsas pretensiones de estudiar. Ni tan falsas pero eso fue hasta mucho más después.
Al regreso ya para mudarme definitivamente tuve que hacer hasta maromas para lograr un pasaporte de por lo menos un año pero eso es otra historia para otro post que tendré más adelante.