Edgar

circa 1999

En la aldea que me tocó pisar tierra en Suecia sólo hay 800 personas y cuatro iglesias. Por estos dí­as el invierno se aleja de nosotros y por fin un objeto de esos de los que menos se piensan en México relucen de nuevo aquí­ y allá:

Son bancas.

Y es que llegando la primavera las desparraman por doquier, aunque por doquier sólo sean dos que tres esquinas muy particulares. Las mismas que el pueblo retacha para los almacenes en cuanto las temperaturas calurosas se marchan a tierras más mediterráneas y los aires siberianos del polo norte retoman de nuevo su Venecia del Norte.

En una de esas esquinas hay una banca muy singular, se encuentra dándole la espalda a una hilera de apartamentos que el municipio de Jí¶nkí¶ping cuida y renta. Enfrente de esa banca hay un árbol que se pone frondoso y su porte es como una mano estrechando sus dedos al cielo en pos de Dios, algo así­ como la mano que Carl Milles esculpió no hace mucho. El árbol sombrea la banca haciéndola atractiva para aquellos que buscan un poco de alivio durante dí­as veraniegos.

El sol penetra por las ramas del árbol plasmando luces solares en la sombreada banca. Está hecha de madera, de seguro de los mismí­simos árboles que tanto hay por estos lares de Smí¥land y barnizada de un color marroncillo.

Allí­ se sienta Edgar cuando el tiempo y la temperatura lo permite.

Es un señor de edad, que según cuentan las lenguas de la aldea, es jubilado. Es de cuerpo grande, con panza extensa y generosa. Usa lentes de una moda que sólo sabemos existió por las pelí­culas que se dan de blanco y negro a altas horas de la noche. Camina despacio pero seguro y no es de mucha habla. Bueno, por lo menos conmigo no, para mí­ sólo tiene una mirada reservada para turistas desvalagados y una desconfianza que marca distancia. Edgar es de la aldea; yo no.

Lo curioso es que sí­ saluda a mi pequeña hija, la que nació aquí­, es más, hasta se sonrí­e con ella. Me da curiosidad porque se saludan muy a gusto y como si fueran viejos amigos …

Edgar falleció el verano del 2002.

C’est la vie en Suí¨de

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