Me cae. Ser inmigrante ya no es lo mismo que hace 20 años atrás.
Hoy por hoy se tiene la internet y eso ayuda un chingo, por lo menos espiritualmente. Allí se encuentra uno a su pueblo si es que el pueblo es grande o tiene medios para enchufarse con el resto del mundo. Yo tengo la suerte de ello, a mi gente, la miro a través de mi ventana, desde lejos pero a sólo un segundillo y si eso, de mí. Los tengo, los siento. Aquí están.
Aunque confieso que la comida también es ya global.
Hace seis años preguntaba por cilantro aquí en Suecia y la sola pronunciación de la palabra les daba rostros de sorpresa exótica; a lo peor, causaba revulsiones faciales de tipo ¡horror! Un inmigrante, y además ¡quiere comida de su rancho!
Hoy por hoy hay de todo. Hasta parrales, enlatados pero parrales. Los caliento y luego luego me transportan a mi tierra, el puro olorcito me lleva a tiempos remotos, tierras ya desaparecidas, que nada tienen que ver con la realidad. Me hacen a veces llorar, por dentro. Hay veces que sólo los caliento para olerlos y por un momento regreso a esos momentos que cuando los viví ni siquiera me entró que algún día los recordaría ansina. Salsas hay un chingo pero por más que insistan los jalapeños no les salen, no tienen la mano para cultivarlos. Así que salen flojos.