Pablo y Lucrecia

– No es cierto! Perro desgraciado, me las vas a pagar imbécil! ¿Lo oyes? ¡Me las vas a pagar!
Pablo, aún sin comprender el efecto de las noticias, aturdido por los gritos incesantes de Lucrecia, sólo se digno a mirar, pasivamente, causando así­ mayor ira en Lucrecia
– ¿Qué me miras estúpido? Dime algo, dime quién es la babosa que se atrevió a robarte el corazón, anda ¡Dime!
– Pero cálmate mujer, no seas escandalosa, si lo nuestro ya tuvo su fin, ¿cómo es que te pones a pensar que lo nuestro serí­a serio?
– ¿Pero es que no tienes ni una migaja de comprensión en esa testa tuya Pablo?
– Lucrecia, lo nuestro nunca pudo ser, eres muy frí­a, no me tomas en serio y hay veces que siento hablar contra la pared cada vez que discutimos.
– ¿Pero es que no ves que los problemas en mi casa se han aumentado desde que murió mi padre Pablo? ¿Cómo quieres que este a tu lado teniendo estos problemas encima?
– La verdad es que no tengo a nadie, ya no soporto lo nuestro, si apenas llevamos dos meses noviando y mí­ranos, como si fuéramos pareja casada.
Lucrecia lo miro, ¿serí­a verdad eso o seriase otra artimaña de Pablo? Ya se lo habí­a hecho antes, pero esta vez, algo habí­a en Pablo que indicaba que tal vez, sí­, tal vez sí­ decí­a la verdad. Cariñito, no te me pongas así­, ya sabes que me rompes el corazón cuando pones esa cara de perro triste y callejero merodeando las taquerias, ándale, perdóname, ¿sí­? Voy a cambiar, te lo juro. Seré más atenta a lo que dices, pero tú también tienes que tener más paciencia conmigo, anda, di que sí­ ¿sí­?

Lucrecia y Pablo se miraron los unos a los otros, y entre esas miradas, un efecto de amor se produjo, y sin poder resistirse se acercaron, dándose un delicado beso, sellando así­ su amor por cada uno.

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