Aquella tarde prometía ser diferente.
Tenía ganas de aventura, le hacían falta ganas.
La lucha era cruenta.
Le comían las ansias.
Quería, de verdad, un cambio.
Un nuevo ambiente, pero el día sólo ofrecía, hasta ese momento sólo una vaga esperanza, una prometedora migaja de algún acontecimiento que le levantara del suelo rutinario en el que caminaba.
La tarde acaecía, el sol presto a retirarse y la blanca luna de esa tarde otoñal lucía ya sus curvas tras la clara atmósfera del cielo azul.
Se le acercó Jorge, un joven de 24 años. ’Hola, ¿Qué tal? ¿Caminas sólo sin rumbo?
Ezequiel, respirando un gran suspiro, sin sorpresa alguna, le contesta, ’Sí, ando en busca de aventura.’
Al verle el rostro medio desganado, Jorge le contestó, ’Bueno, hombre, con esas emociones no das a ningún lado así, ¿Vas a reservar boletos en alguna agencia de viaje, ¿o qué?
Ezequiel, alzó las manos al aire, y un tanto molesto le contestó, ’¡Sí, tú, con el dinero que ganamos en la fabrica!’